María no es soberana sino servidora. No es meta, sino camino. No es semidiosa, sino la pobre de Dios. No es todopoderosa, sino intercesora. Es por encima de todo, la madre que sigue dando a luz a Jesucristo en nosotros.
La madre de Dios procede y guía a sus hijos en este lento y difícil caminar, por medio del amor, de la humildad, del silencio, de la fe profunda en Dios, de la conversión interior y del enriquecimiento espiritual; la reconciliación fraterna y la donación hacia los demás.
La madre es la maestra que nos ayuda a encarnar a su Hijo Jesucristo vivo, sufriente, pobre, humilde, paciente, misericordioso, como el que perdona y calla, y defiende la verdad divina hasta con la muerte. «Madre del silencio y de la Humildad, tu vives perdida y encontrada en el mar sin fondo del misterio del Señor”
Ignacio Larrañaga.