Ardió el sol en mis manos,
que es mucho decir;
ardió el sol en mis manos
y lo repartí,
que es mucho decir.
Efectivamente, es mucho poder decir de un ser humano que ha logrado esa doble maravilla: que el sol arda en sus manos y que haya sabido repartirlo. No sé cuál de las dos hazañas es más prodigiosa.
Naturalmente, cuando hablamos de que a alguien le arde el sol en las manos lo que estamos diciendo es que tiene la vida llena, radiante, que sus años han sido luminosos como antorchas, que tuvo una gran ilusión que dio sentido a sus horas, que estuvo vivo. (…). Son personas que, cuando pasan a nuestro lado, dejan un rastro en nuestro recuerdo, en nuestras vidas. Porque tienen luz, porque sus almas están llenas y despiertas.(…)
Sólo tiene luz el que ha ido recogiéndola, cultivándola. La luz, la belleza, están en el mundo, pero hay que ir sabiendo recogerla. (…)El alma sólo brilla después de muchos años de esfuerzo de recogida. ¡Pero qué milagro morirse con el alma encendida! «ES mucho decir», como canta el poeta.
Pero el milagro dos es saber repartir esa luz. La luz es algo que, por su propia naturaleza, es para compartir y repartir.(…)A nadie se le da el alma para sí solo. (…)Hay que repetir esto hasta que se entienda: la fraternidad, el amor, la entrega, no son cosas añadidas para que un hombre sea santo o perfecto. Son la sustancia del hombre. El hombre como individuo solitario no es hombre del todo. El hombre es hombre cuando vive en comunidad y para la comunidad. Cuando sirve a alguien. Cuando ama a alguien. (…)
Un genio no es un hombre que tiene el alma muy grande, sino un hombre de cuya alma podemos alimentarnos. En los santos la cosa es aún más clara: son santos porque no se reservaron para sí, sino que se entregaron a todos cuantos les rodeaban.
Por eso, qué bien si, como dice el poeta, pudieran decir de nosotros que teníamos el sol en nuestras manos y que nos dedicamos a repartirlo a rebanadas. Entonces habríamos estado verdaderamente vivos.»
J.L Martín Descalzo