Evangelio según San Juan 6, 51-59.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de sus padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Podríamos decir que este fragmento que la liturgia nos regala para este domingo 16 de agosto, XX° del tiempo ordinario, tiene su conclusión en el domingo siguiente. Pero no se trata de quedarse como a mitad de la película, como si el final fuera lo único importante. La liturgia nos propone ir de a poco, sintiendo y gustando cada domingo lo que el Evangelio de Juan nos propone. La Iglesia es sabia y por eso nos propone ir de a poco. Porque como con en los grandes banquetes, no se trata de comer en cantidad sino de saborear y gustar cada bocado.
Estamos en lo que algunos llaman la Primera parte del Evangelio de Juan (capítulos 1 -12). En esta parte, Jesús, que viene del Padre, busca revelarse, mostrarse, darse a conocer a los suyos. Y este fragmento no parece ser otra cosa que eso: Jesús se presenta como el Pan de Vida. Un Pan, “no como el que comieron sus padres y murieron”, sino un Pan que trae Vida Eterna. Un Pan que hace comunión. Comunión con Él y por eso, comunión con el Padre, que es el que lo envió.
Esto que se dice rápido, por lo general, se comprende poco. Porque lo que propone Jesús no es una tontera. Jesús comienza a mostrarse y eso genera reacciones: algunos que creen y otros que no, los que lo aceptan y los que lo rechazan. Pero leamos de nuevo ese versículo 57: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí”. Podríamos decir que al comer a Jesús entramos en comunión con Él y con el Padre. Al comulgar, el creyente entra a formar parte de la vida de Dios. ¿Se comprende esto?
Los que estaban escuchando a Jesús parecen no comprenderlo. Eso es típico del Evangelio de Juan, pero también de nosotros. Como si oyéramos pero no escucháramos.
El evangelio nos propone creer en Jesús. No se trata de saber o conocer. Ni siquiera de haber escuchado su Palabra. Se trata de creer, y creyendo, tener Vida Eterna, Vida Verdadera. La misma Vida de Dios, la de Jesús, la de aquellos que se han animado a permanecer en Él y con Él. Es un texto que nos ayuda a adentrarnos en esta comunión con Jesús, que es comunión con la Iglesia, con los creyentes, pero es la comunión con la Vida de Dios. Es un lindo desafío para este fin de semana y para nuestra vida. Pidámoselo al Señor.
Alfredo Acevedo, sj
Estudiante Teología