Siempre que me he acercado a ti
y he visto que no tuviste
“donde reclinar la cabeza”
y que tuviste por lecho de muerte una cruz,
me siento traidor
al ver que tengo cada día más,
que me siento víctima
de una sociedad de consumo
y que necesito cada día más cosas.
Y sin embargo, “sólo una cosa es necesaria”.
Me parece que comienzo a intuir
lo que es ser “pobre como Tú”.
Sé que la condición de seguirte
es dejarlo todo.
“El que no deje todo lo que posee,
no puede ser mi discípulo”.
Siento que me dices
que me despoje de todo y que confíe en Ti.
Me pides que me lance a tu Providencia
con los ojos cerrados
y que todo lo demás
se me dará por añadidura,
incluso la verdadera eficacia
de nuestro apostolado.
Que tú eres la gran seguridad,
el gran “seguro” del “inseguro”.
Ese salto en el vacío oscuro de la fe
es muy difícil
y supone confianza ciega.
Pedro Arrupe, sj