Decía Gabriel Marcel que en nuestro tiempo «el deseo primordial de millones de hombres no es ya la dicha, sino la seguridad». Y es cierto: bastaría acercarse a la humanidad de hoy para comprobar que, si los hombres tuvieran que elegir entre una vida feliz, pero peligrosa, arriesgada, difícil, y otra vida más chata, más vulgar, pero segura y sin miedo a posibles crisis o altibajos, la mayoría, sin vacilaciones, elegiría esta segunda.
En cierto modo esto se entiende. El hombre contemporáneo ha sido tantas veces engañado, es tal la inseguridad en que vivimos, que la gente ha elevado esa seguridad al primer nivel de todas sus aspiraciones. Lo que debía ser algo conveniente, pero, en definitiva, secundario, se ha convertido en el summum de los deseos. Y, en cambio, se mira con sospecha toda vida entendida como entrega, como riesgo, como aventura. Los hombres no quieren tener el alma llena de proyectos o esperanzas. Prefieren un rinconcito abrigado y sin riesgos, en el que no encontrarán grandes flusiones, pero tampoco grandes peligros de perder ese poco que tienen.
(…) Lo que voy a discutir es esa obsesión con la que la seguridad es perseguida, esa postura del hombre actual, que preferiría vivir a medias antes que buscarlo todo con riesgo de tener un fracaso. Y es que el hombre que pone en el primer término de sus aspiraciones la seguridad ha
apostado ya por la mediocridad, ha dejado que en el tejido de su alma se enquiste esa angustia que ya envenenará toda su existencia.
No hay nada más autodestructivo que el miedo. (…) Contra el miedo, contra la obsesión por la seguridad, no hay otro camino que el amor a la vida, que la aceptación de los riesgos que son inevitables en la aventura de vivir, que la certeza de preferir equivocarse de vez en cuando, de ser engañado alguna vez. Todo menos autodisecarse. Todo menos dejar de vivir por miedo a que vivir sea doloroso. Y estar seguro de que quien, por un entusiasmo, por una pasión, perdiera su vida, perdería menos que quien hubiera perdido esa pasión, ese entusiasmo.
Hay cosas grandes que estan dentro de nosotros, decisiones grandes que estan esperando para salir pero el discurso del mal tiende a amilanar al corazón, a achicarlo, a amordazar el alma.
(…)Es tiempo de gente que se anime a lo pequeño y a lo grande, y salir del temor de los que dicen “mañana” para decidirnos por hoy. Salir de lo vulgar de la seguridad y animarnos a decisiones importantes. Que por pequeñas que sean nos hacen crecer y engrandecen el alma.
(…)¿Miedo al fracaso, a quedar solo, a perder lo poco obtenido?. Intentamos poner un rostro o una cara porque cuando lo vemos comienza a desaparecer. El mundo que viene es para los que se animan a arriesgar incluso yendo a contracorriente.
José Luis Martín Descalzo
“Razones desde la otra orilla”