El Pobre de Asís, por no tener nada, ni tenía proyectos o ideas claras sobre su futuro, ni siquiera ideales. Aquí está la grandeza y el drama del profeta. Es un pobre hombre lanzado por una fuerza superior a un camino que nadie ha recorrido todavía, sin tener seguridad de éxito final y sin saber qué riesgos le esperan en la próxima encrucijada. Por no saber nada, ni siquiera sabe de qué manera ser fiel a Dios al día siguiente. Le basta con ser fiel minuto a minuto.
Abrir un camino, paso a paso, golpe a golpe, sin saber cuál será el paso siguiente a dar; acostarse hoy bajo las estrellas con la amapola de la fidelidad en la mano sin saber qué amapola cortará mañana; abrir los ojos cada mañana y ponerse solitariamente en camino para seguir abriendo la ruta desconocida.
Ignacio Larrañaga