Evangelio según San Mateo 24, 37-44
Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”.
El evangelio de este domingo, inaugura el primer tiempo del año litúrgico que llamamos adviento. Este período, se caracteriza por ser un espacio de preparación y espera del nacimiento de Jesucristo.
El relato del evangelista, comienza dando cita a un hecho ocurrido en el Antiguo Testamento. El Señor anuncia su venida. Ésta, será similar, a la acontecida en los tiempos de Noé.
Pero ¿Qué sucedía por esas épocas? El libro del Génesis, nos relata una realidad corrompida por el pecado. Recordemos, que la serpiente ya había hecho su aparición, tentando a Adán y Eva. Este tercero, entre Dios y el hombre, se había colado en la creación. Imagen del mal, que introduciéndose por las grietas del corazón del hombre, lo abre a su debilidad más onda, aquella que encorvándolo sobre sí, lo oculta de Dios y le revela su propia desnudez.
En el intento por borrar el pecado de la tierra, Dios rasga las compuertas del cielo para acabar con la maldad que corroía los corazones de las personas. Siendo salvados, solo Noé, su familia y un puñado de animales que poblaban la tierra. En adelante, Dios se prometerá una y otra vez, no volver a realizar semejante acto; pese a que su pueblo, al que tanto ama, lo rechace y le sea infiel.
En la segunda parte del relato evangélico, el Señor vuelve a repetir, que sucederá lo mismo en su próxima venida. Pero ¿Qué quiere decirnos con esto? Jesucristo, no está anunciando un nuevo diluvio, nada de eso. Jesús se refiere más bien a nuestra realidad; similar a la del tiempo de Noé. Una realidad, que si bien continúa siendo marcada por el mal que corroe nuestro corazón, no es la misma que la de los tiempos de Noé. Ya que por esa misma grieta por la cual se había colado el malvado, el Hijo único de Dios Padre, Jesucristo, se encarnó. Haciéndose uno como nosotros, para rescatarnos y darnos nueva vida. Don, que si bien es gratuito, necesita ser aceptado por parte del hombre. Porque Jesús, solo podrá ser regalo para el hombre, si este se anima a reconocerlo como tal. En el reconocimiento de Jesús como el Hijo de Dios, se haya la posibilidad que Él mismo se convierta en salvación para el hombre.
Sí, solo nosotros podemos dejar que Jesús, se transforme en el Señor de nuestras vidas. Para que cuando nos encuentre en el campo, en nuestro trabajo o en medio de nuestras familias, tome entre sus manos el trigo que mana de cada uno de nosotros, y nos purifique de la cizaña que ha oscurecido partes de nuestro corazón.
Finalmente, el relato evangélico nos llama a estar atentos a la venida del Señor, estén prevenidos nos dice. Muchas veces, esperamos que la venida de Jesucristo, llegue por fuera de nosotros mismos; atraviese nuestro mundo con grandes sucesos, para que por fin ya no tengamos más dudas de su existir. Sin embargo, ese no ha sido el modo de nuestro Señor. Fue desde un pesebre que Aquel, se encarnó en nuestro mundo, y en ese mismo instante, entró también por la hendidura de nuestro corazón, transformándonos desde dentro.
De este modo, el llamado que Jesús nos hace hoy a estar atentos, se traduce tal vez, en saber reconocer la obra que el Espíritu del Señor, viene realizando en el interior de cada uno de nosotros. Cada uno cooperando en el obrar de su vida. Estar atentos hoy, es disponernos a la escucha de la llamada de Dios, que se manifiesta en el rostro de cada uno de nuestros hermanos. Y de manera especial, en el rostro de los más pobres y enfermos, aquellos que suelen irrumpir ante nuestra puerta a la hora menos pensada.
Franco Raspa, sj
Estudiante Teología