Mirar el futuro con esperanza

Una de las meditaciones que les propongo a las personas que habitualmente hacen ejercicios espirituales tiene que ver con una frase del profeta Jeremías que dice: “Párense en los caminos y miren para atrás”.

En un momento de la vida hace bien detenerse, ponerse al costadito del camino, mirar para atrás y preguntar o sondear por los caminos por los que venimos andando para poder revisarlos y para hallar descanso para el alma(…)

Uno puede ganar sabiduría mirando hacia atrás, pero no con nostalgia, no con lástima, pero si mirando los lugares de nuestro corazón para ver por dónde venimos viajando. Esto nos ayuda a identificar los lugares y las personas que nos han bendecido, que nos afirmaron, que nos dieron vida, que nos enriquecieron. Poder mirar hacia atrás para agradecer y también porque necesitamos reflexionar sobre las situaciones que han sido un reto, que nos retaron, que nos pusieron a prueba, que quizá nos desanimaron(…)

Una vez que hemos mirado nuestros viajes pasados podemos tomar conciencia de nuestro presente. Uno puede decir cuáles son nuestras fuerzas hoy, preguntarnos si estamos preparados para continuar el camino, ver un poco si no se han deteriorado nuestras reservas, nuestras valijas espirituales del corazón; preguntarnos, por lo tanto, si seguimos así, o si tomamos un nuevo camino o si hay que modificar el rumbo. Preguntarnos si somos conscientes de la gente con la que uno “hace camino”, si la valoramos, si nos paramos para conocerla, para aprender de ella. Hace bien este “detenerse y mirar, poder haber experimentado momentos muy lindos o tal vez de desánimo; sentir tal vez que hemos perdido nuestro mapa interior de carretera o que viene siendo gracias a Dios muy clarito y muy lindo. Darnos cuenta si hay alguna parte de nuestra vida que necesita ser reparada por la esperanza o ser renovada en la fe en la vida. En fin, ver cómo nos sentimos respecto de decisiones de otros que han afectado nuestro trabajo, nuestras esperanzas, nuestros sueños, para bien muchas veces, y a veces también dolorosamente. En fin, esa mirada hacia atrás se podría resumir en el presente si uno ha sido y es feliz, y si ha hecho feliz a los que Dios puso a nuestro lado. Dos testimonios poéticos, contradictorios y antagónicos, pueden ser interesantes para esto. Fueron escritos por dos hombres en la madurez de la vida; quizás despidiéndose de la vida. Uno es Jorge Luis Borges. El otro, Amado Nervo.

En el caso de Borges no sé si está respondiendo a toda su vida, pero estoy seguro de que sí responde al momento en el que escribió esta poesía que él le llamó “remordimiento”: He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados. Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego. Los defraudé. No fui feliz. Cumplida no fue su joven voluntad. (…) Me legaron valor. No fui valiente. Siempre está a mi lado la sombra de haber sido un desdichado. Palabras duras, fuertes, de Borges que seguramente responden más al momento en el que escribe la poesía, pero que en definitiva es este “pecado” quizá no moral o en algunos casos sí, de no haber sido fiel a esta “obligación” de ser feliz, y contrastando esto aquello tan lindo de Amado Nervo, que se despide de la vida diciendo: Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas (…)Hallé sin duda largas las noches de mis penas; mas no me prometiste tan sólo noches buenas; y en cambio tuve algunas santamente serenas…Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Este contraste que puede, de alguna manera, ponerle nombre o describir momentos distintos de nuestra vida, no necesariamente el final del camino, pero sería lindo que uno pueda en algún momento, durante el fin de semana o cuando se pueda, detenernos, mirar hacia atrás, agradecer todo lo lindo, saber que no hay ningún camino que no se pueda recomponer. Este es el tema de la misericordia que el papa Francisco viene insistiendo: no hay nada que no pueda cambiar en nuestro corazón; y a la vez de ese agradecimiento, animarnos a, ojalá, poder terminar los últimos pasos de nuestra vida, cuando sea, pudiendo decir también nosotros, “Vida estamos en paz”(…)

Que pueda ser un ejercicio lindo porque está haciendo falta más agradecimiento en el corazón de la gente. Muchas de estas cosas tristes que escuchamos y que uno sufre, están muy unidas a esto: en el fondo muchas de estas cosas tristes son todas frutos de estas almas a las que les ha faltado felicidad, que, como dicen por ahí, han sido muy huérfanas, y huérfano es el que no ha tenido amor. Estamos a tiempo. Es cierto que dicen que al final de la vida, en poco tiempo hay una especie de película muy misteriosa que pasa con mucho detalle, pero a la vez en poco espacio, pero sería muy bueno que antes de eso nos detengamos y revisemos si venimos rumbeando bien, para agradecer o para “recular” el sendero bueno. A veces hay que cambiar de sendero, otras veces hay que enderezarlo simplemente.

Ángel Rossi, sj

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