Besar sin amor

Curiosamente cuando rezamos el Credo cada domingo hacemos una referencia al padecimiento de Cristo bajo el poder de Poncio Pilato. Es un componente de nuestra profesión de fe, algo medular. Y esto no es por Pilato mismo, sino más bien por el padecimiento como parte del proceso pascual. Pero al entrar en la Semana Santa nos damos cuenta que hay otro personaje que no se nos puede escapar para captar más íntegramente en qué consiste la “pasión” de Jesús. Este personaje es nada menos que Judas Iscariote, a quien Jesús pregunta “¿con un beso entregas al Hijo del hombre?” (Lc 22,48). Pienso que este episodio del beso, más que para echarle culpas a Judas, puede servirnos para mirar qué se abre de nuevo frente a esta pasión de Jesús. Podríamos reformular la pregunta y decir “¿se puede entregar a alguien con un gesto tan tierno como el de un beso?”… pues creo que sí, cuando este beso se despoja de su contenido más original y profundo.

La muerte de una pasión y el inicio de una Pasión-otra

Durante mucho tiempo en la historia del cristianismo, tal vez por una necesidad de buscar razones que tranquilizaran, nos encargamos de culpabilizar duramente a Judas por la traición. Más adelante, la mirada sobre este apóstol se volvió un poco más benigna. Es que si miramos bien el relato del Evangelio, encontraremos muchas otras traiciones y de mucho peso (basta recordar las negaciones de Pedro). El gran problema con la traición de Judas es que en él se hace patente que “si el amor se cae, todo alrededor se cae”, como dice la conocida canción de los Cafres. Judas experimenta en carne propia lo que dice San Pablo: “si no tengo amor, no me sirve para nada” (1Co 13,3). Y esto genera esclavitud, tanta esclavitud que no hay signo capaz de despertar la mínima esperanza de perdón, y aquí está la gran diferencia con lo que le pasó a Pedro frente a su traición.

Podemos decir que Judas, de alguna manera, estaba preso de la falta de amor, vacío, desconectado de su esencia profunda. Esta muerte del amor fue la muerte de su pasión, lo que vació el beso a su amigo de todo contenido, lo que le hizo perder su fuerza. La muerte de la pasión nos expone a una injusticia: “¿con un beso?… sí, con un beso se puede condenar a muerte”. Cuando se vacía el amor se desequilibra todo, y todo se vuelve injusticia. Por eso desde este lugar Jesús inaugura una nueva Pasión (aquí comienza su pasión, desde el Huerto de los Olivos): una pasión que también es desmedida, pero llena de amor y sentido que hace que la injusticia humana, desapasionada, se vuelva divina, apasionada.

Cuando el deseo se muere… se expresa el Deseo

El papa Benedicto XVI decía que Dios ama con amor “erótico”, es decir, apasionado. En tiempos donde el amor se hace un objeto de uso y descarte, tal como el beso de Judas, Dios viene a expresar su deseo profundo de amor al hombre en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Judas representa una relación de amistad, una expresión de cariño que fácilmente puede vaciarse de contenido y matar el deseo por treinta monedas. Pero como la muerte no tiene la última palabra el deseo de Dios se expresa en un Cristo que se relaciona apasionadamente con el pecador, entregándose en su mismísimo cuerpo como el lugar privilegiado para vivir la relación amorosa encarnada.

Tal vez el beso de Judas pueda ponernos frente a nuestras relaciones, nuestra vivencia de la afectividad (familia, amigos, pareja, etc.) para preguntarnos qué se va muriendo en ellas y también cómo se expresa el Deseo de Dios ahí. Es una buena forma de salir del amor de transacción y entrar en el amor de la Pasión, que es el más grande: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

La entrega para la Entrega

En este punto se hace claro que el beso sin amor de Judas pone de relieve cómo es el amor de Dios con nosotros que se expresa en Cristo. Si con un beso sin pasión se lo entrega al Maestro en el Huerto de los Olivos, la Pasión de Jesús logra abrazar desde la cruz a toda la humanidad, sufriendo con y en ella (como dice San Ignacio). La Entrega del entregado logra encender con su Deseo apasionado todo rincón que esté oscurecido por la sombra de la muerte. Y ahí empieza nuestra tarea de ser otros Cristos: animarnos a apasionarnos más porque Dios se apasiona por nosotros.

Me gustaría citar un fragmento del Papa Francisco en Evangelii Gaudium que puede ayudarnos: “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo” (270). En este miércoles santo hagámonos eco de las palabras de Francisco invitándonos a apasionarnos como Jesús, a llenar nuestros besos y abrazos con el amor genuino que sólo la Pascua puede transmitir.

Rafael Stratta, sj

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