Evangelio según San Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».
Estamos ante la celebración del misterio del Santísimo cuerpo y sangre de Jesús. La Iglesia busca con esto hacer hincapié en esa presencia en la cual creemos, que el pan y el vino que consagramos en la celebración de la Eucaristía, son el cuerpo y la sangre de Jesús. Si bien es un misterio con el cual estamos más o menos acostumbrados a convivir en cada misa, la Iglesia, muy sabiamente elige un día en particular para profundizar sobre este misterio.
¿Qué significan para nosotros que aquello que compartimos en la Eucaristía es el cuerpo y la sangre de Jesús ¿Seremos canibales? ¿Significa un premio por ser buenos cristianos y entonces podemos comulgar? ¿Es acaso una manera de que nos vean en la comunidad como una buena persona, una cuestión de imagen?
Muchas de estas cosas, lamentablemente, son una manera de relacionarnos con este misterio. Hoy les propongo pensar en que tipo de relación tengo con el cuerpo y la sangre de Jesús.
Quisiera para comenzar este pensamiento, centrarnos en el siguiente pasaje del Evangelio:
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”.
Pensemos en la Eucaristía como alimento para el camino, esta es la relación que está haciendo Jesús, pues está relacionando su cuerpo con el maná del desierto. Esto sí es algo que necesita ser reflexionado en profundidad. No sé quién de los lectores presentes al texto habrán pasado por momentos de necesidad. Necesidad de comida hasta sentir que la barriga se te retuerce, hace ruidos espantosos y no tienes nada que comer. Y no es un hambre pasajero que sabes que terminará cuando llegues a tu casa. No. Es un hambre de mucho tiempo, de días, que ahora te está pasando factura. Y estás ahí con ese hambre feroz y comienzas a ponerte de mal humor. Todo te da fastidio y quisieras romper algo. Pues bien, ahora imaginemos, porque personalmente no puedo hacer otra cosa ya que no tengo la experiencia directa. Imaginemos digo que estamos caminando, estamos en camino por el desierto. Es un lugar donde no hay sombras de árboles, no hay agua, no hay casi nada. Es la nada. Pues bien, estas son metáforas de lo que sí conocemos con seguridad y es la vida. A veces en la vida nuestro día se pone desértico, podemos pasar semanas, meses y hasta años en el desierto. Sentimos que no hay un horizonte claro hacia donde caminar, un lugar tranquilo donde descansar. Sentimos morir por dentro.
Imaginen tener hambre de lograr algo, de sentirse en paz desde hace mucho tiempo, hambre de poder encontrar respuestas que llenan tu cabeza.
Pues bien, en medio de nuestros desiertos, en medio de nuestras hambres comenzamos a encontrar más sentido a la comparación de Jesús, “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”. En medio de tu camino, de tu vida, de tus desilusiones y penas, tienes donde descansar, donde alimentarte, donde volver a sacar fuerzas para volver a pararte y seguir adelante. La Eucaristía no se limita solo a la misa, al ritual y listo. La celebración de la Eucaristía es una manera de vivir la vida, de caminar por este mundo, es un ethos. Una manera de entender el mundo, donde todos estamos invitados a la misma mesa, no importa tu color de piel, tu preferencia sexual, tu manera de pensar, estás invitado. Siempre. Invitados a formar una sola humanidad hija de Dios. Es una manera de entender que el pan, nuestros dones, nuestra vida es un regalo que adquiere sentido en el otro, en partirlo y repartirlo con los otros. En todos los abrazos que das, en los amigos, en la familia, en el enemigo que perdonas. En aquellos que necesitan. Haz de tu vida una eucaristía, un misterio que se parte y se reparte para alimentar al que sufre en el camino de la vida. Este es el misterio de seguir a Cristo y lo que queremos celebrar en cada Eucaristía.
Julio Villavicencio, sj
Estudiante Teología