San Ignacio amaba profundamente a Jesús. Y por ello amaba también a la Iglesia, esposa de Jesucristo. Pero su amor, como siempre, era realista. Veía, y le dolían, las enfermedades y las suciedades del cuerpo eclesial. Pero no por eso dejaba de quererla, sino que dolorido se acercaba a ella con cariño, ofreciendo lo mejor de él para ayudarle a sanar. Sus Ejercicios Espirituales son como una transfusión de sangre joven en aquel cuerpo enfermo. Toda la nueva “Compañía de Jesús” se pone a disposición sincera y total del “Cuerpo de Cristo”. Ignacio le ofrece hombres sanos, que como células vigorosas, le fortifiquen para poder recorrer los nuevos desafíos que se le presentan.
Ignacio, con un amor muy realista, ayuda a su Madre Iglesia a caminar de nuevo, con sinceridad y autenticidad, hacia Jesús, su única razón de ser. Amor hecho de apertura y respeto profundo hacia todo creyente. Amor que hace vivir y sufrir como propios los problemas y limitaciones de la Iglesia, ejerciendo con libertad y humildad de hijos el caritativo servicio de la crítica que edifica y es, fundamentalmente, autocrítica.
Ignacio quería a los jesuitas como “caballería ligera” dispuesta a correr con agilidad a donde lo demandaran las necesidades de su tiempo, especialmente en las fronteras.
Muchos laicos sienten también hoy retos ignacianos, cuyo aporte será muy valioso para la Iglesia: ayudar a cuajar una espiritualidad laical, que lleve a una conversión personal, comunitaria y social de cuño realmente cristiano; meterse en compromisos políticos de veras transformadores; desarrollar una espiritualidad matrimonial, a partir de la experiencia de las propias parejas; profundizar en el puesto de la mujer en el mundo y en la Iglesia.
Como algo vivo y en desarrollo, la espiritualidad laical ignaciana está aun en construcción. Camina ese buscar como laicos a Dios en todas las cosas, ese ser contemplativos en la acción, ese amar y servir en todo, ese unir íntimamente fe y justicia, fe y ciencia, fe y profesión; ese espíritu de superación constante, a partir de la realidad actual, en lugares de frontera, teniendo siempre a Jesús como centro y meta… Con ello respondemos a uno de los vacíos más grandes de la actualidad, el de la falta de sentido de la vida. Éste es nuestro desafío y nuestra tarea.
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio ya no son patrimonio exclusivo de los jesuitas y sus movimientos. Son ya propiedad de la Iglesia. Y hoy, de una manera muy especial, a muchísimas personas les están sirviendo para madurar en su fe. Éste creo que es nuestro mayor aporte eclesial en la actualidad.
José Luís Caravias, sj