Me gustaría compartir una reflexión sobre una de las frases que más se asocia a San Ignacio, y que es, probablemente, una enseñanza para nuestra vida también.
Es la que tiene que ver con una etapa de la vida de San Ignacio en donde, ya llevando un tiempo en París, coincide con dos jóvenes estudiantes: Pedro Fabro y Francisco Javier, con quienes termina entablando una amistad profunda.
Es Interesante pensar en la historia de San Ignacio con San Francisco Javier, quienes en un principio no se llevaron muy bien. Eran muy diferentes: Ignacio era un hombre mayor, que había estado dando tumbos por todas partes, que terminaba estudiando tras una última oportunidad y que tenía un itinerario con muchos fracasos. En cambio, Javier era un chico joven, triunfador, deportista, popular en la universidad. Pero, sobre todo, es interesante pensar en el contraste entre las dos vidas: Ignacio ya estaba más centrado, ya sabía lo que quería, y, mientras, Javier se encontraba imaginando lo que era triunfar en el mundo.
Ignacio, durante mucho tiempo, le va repitiendo una frase, que es sobre la cual quiero hablar. Él le dice a Javier: “¿de que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?”.
Se puede traducir de diferentes maneras, como ser: de que te sirve triunfar en lo más aparente si al final desperdicias tu vida. Creo que esta es una frase contemporánea, porque, en el fondo, a lo que invita es a considerar bien las aspiraciones que le dan sentido a la vida.
Hoy nuestra sociedad está construida sobre proponer aspiraciones y metas que, muchas veces, son engañosas, y cuando nos damos cuenta de eso nos preguntamos cómo es que pudimos tirar la vida o los años más importantes. Eso creo que pasa, por ejemplo, con la riqueza, el prestigio, el poder, que muchas veces enmascaran algo engañoso. La trampa es cuando todas esas cosas a las que aspiramos terminan volviendo el foco sobre uno mismo, como nosotros somos lo más importante, el centro, y terminamos convirtiendo el mundo en un espejo en donde esperamos vernos reflejados siempre. Y eso, al final, nos deja tremendamente solos.
Ignacio hablando con Javier le decía esto sabiendo que era duro, que no eran palabras para alabarlo, para regalarle los oídos, y que probablemente con esto lo que no iba a conseguir era caerle simpático de entrada, y, sin embargo, creo que eso es parte de una relación profunda: la capacidad de decir no lo que el otro quiere oír sino lo que necesita oír.
¿De qué te sirve ganar el mundo
si para hacerlo desperdicias tu vida?
¿De qué te sirve perseguir el éxito,
si en el camino te dejas el corazón,
los valores o la alegría?
¿De qué te sirve perseguir la belleza en un espejo,
cuando la vida te espera tras una ventana?
¿De qué te sirve farfullar excusas de perfección,
si quien te ama de verdad quiere abrazar tus sombras?
¿De qué te sirve coleccionar aplausos,
si no comprendes que una sola caricia
vale más que todos los parabienes del mundo?
¿De qué te sirve la alfombra roja
si conduce a una puerta tapiada?
¿De qué te sirve una eternidad de fiestas
si te ahogas en un instante de silencio?
¿De qué te sirve el poder,
si no es para servir?
José María Rodríguez Olaizola, sj
Adaptación
Fuente: Ignacio de Loyola y Francisco Javier. ¿De qué serviría…?