“Las misiones más cortas son las que más fuertes se viven”… Así había empezado mi misión, unas semanas antes, preparando el corazón para ir. Un misionero había comentado esto y no pude entender completamente el significado, hasta incluso llegue a subestimar los pocos días de misión, pensando si verdaderamente valía la pena dejar todo para ir. Al volver, fue una enorme sorpresa, encontrarme con el corazón rebalsado de amor de Cristo y entendiendo por completo todo lo cierto de esa frase.
Dar el “sí” a este fin de semana, dar el “sí” a este nuevo desafío que Dios me ponía, implicaba darme por completo. Darme a mi comunidad, darme por completo a esta nueva comunidad que íbamos a conocer. Pero de una u otra forma esto traía la consecuencia inevitable de tener que estar abierta a recibir, a decir “si” a un recibir desinteresado, gratuito y sincero.
Y fue acá mi gran asombro, el recuerdo más grande y satisfactorio que guardo de esta experiencia. Personalmente fue el recibir más grande que pude sentir. Recibir de todos, todo el tiempo, a cada momento.
Recibir gestos, miradas, sonrisas de pequeños, abrazos, charlas donde ignorábamos el hecho que recién nos acabábamos de conocer y nos hundíamos en la confianza de ser hermanos en Dios. Recibir mensajes mañaneros alentándonos para el día de misión, aplausos al finalizar la misa, la fe de cada una de estas personas que nos estaban esperando con los brazos abiertos, con el corazón abierto.
Creo que el desafío que me proponía Dios, era abrirme por completo, darme del todo, dejarme “interpelar por su ternura”, encontrar su rostro en cada persona que conocí, entregarme a Su voluntad, que se haga en mí Su voluntad.
Acercarme al otro, salir de mi comodidad, salir del egoísmo cómodo que aguardaba en mi casa al amor de lo inesperado, amor sorpresivo que cada persona tenia para darme. Y experimentar así otro lado que no había vivido de “misionar”: ser misionada.
Tal vez al irme no deje todas las cosas ordenadas, fui con la esperanza de encontrar, a la vuelta, todo en el mismo lugar en que lo había dejado. Fue mayor mi sorpresa, cuando, al volver, todo se encontraba en su lugar pero la desordenada era yo. Desordenada por el golpe de amor de Cristo que había vivido, por esa “misión corta pero fuerte” que había experimentado. Porque este lugar le dio otra mirada a mi vida, renovó mi fe y me recordó que es Él mismo el que va por delante mío y me guía.
Descubrí en un fin de semana que la misionada fui yo, que al estar abierta a la sorpresa de los caminos de Dios recibí más de lo que pude ser capaz de dar, que al transmitir mi alegría, recibí el doble. Que mi fe se multiplicó al compartirla, que el amor de Dios se encuentra en cada persona, en cada cosa, se encuentra en cada momento en el que decidís sentir con Su corazón.
Una gran satisfacción llena mi vida y mi corazón al poder decir que me anime a dar un “sí” a Dios, entregar mi corazón a ese Cristo que me quiere con locura, a ese Cristo que entrego Su vida por mí en la cruz, me anime a dar un “sí” sin condiciones, sin límites, me anime a dejar todo en sus manos. No me decepcionó.
“Tu imagen sobre mi es lo que transformara mi corazón en uno como el tuyo, que sale de sí mismo para dar; capaz de amar al Padre y los hermanos, que va sirviendo al reino en libertad”
Priscila Torielli
Grupo Misionero San Francisco Javier
Misión Septiembre 2017, Maciel-Puerto Gaboto