Reflexión del Evangelio del Domingo 15 de Octubre (Ignacio Puiggari, sj)

Evangelio según San Mateo 22, 1-14

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los fariseos, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas”. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: “Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.


En este domingo el Evangelio nos acerca una vez más la palabra del Señor. Para cuántos necesitamos escuchar su voz o sentir sin más que él está y quiere entregarnos algo, su palabra encarnada en nuestra disposición de fe se vuelve fundamental. Porque además no sólo quiere entregar algo (un mensaje, una imagen) sino que, con más profundidad, quiere entregarse: decir una vez más quién es él para nosotros y con él, quien es su Padre y su Espíritu de amor. Nos quiere ofrecer lo más preciado de su ser, aquello intransferible, único ¿Será que esta palabra de Jesús pueda suscitar en nosotros una vez más el gusto de la fe? ¿Será que a través de ella tocaremos en algo el misterio de su relación de amor con su Padre? Esta palabra se presenta entonces como uno de esos servidores que se acercan con una invitación del todo especial. Detrás de las palabras del Señor se sucede el drama de ese “vengan” que anhela ser recibido. Cada evangelio esconde el banquete, el regalo y la fiesta a causa del Hijo que establece en medio de nosotros un vínculo de afecto e intimidad. Está en nosotros descubrir el punto en el que nuestro corazón dice sí, lustrarnos luego los zapatos y vestirnos para la repercusión comunitaria de dicha aceptación.

El Padre, el rey, quiere hacer partícipes de su regalado amor a los diversos invitados, a quienes seduce y atrae con sus promesas. El hijo, por otra parte, espera el tiempo propicio de la boda y casi que no interactúa en el desarrollo de la trama. Finalmente, los servidores portan en su mensaje la invitación y el deseo del rey. Esto puede decirnos algo a nosotros – buenos y malos a un tiempo – acerca de nuestro vínculo personal con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pues, ¿qué hacemos con el “vengan” del Padre, la espera íntima del Esposo, y los mensajes que el Espíritu inspira en nuestros corazones? ¿Escuchamos las invitaciones que huelen a promesa de fecundidad? Más aun, ¿escuchamos lo que nos pasa en nuestro corazón: la encrucijada de deseos, sentimientos y pensamientos? El riesgo de la distracción y del estar siempre ocupados en otra cosa es grande. Pues en ello podemos rehusar de la auténtica alegría que nos es prometida, lo cual repercute en nuestra comunidad generando desazón, indignación y esterilidad. En lo más profundo del discernimiento personal se gestan las auténticas acciones que repercuten en bien de toda la comunidad y en mayor gloria de Dios. Por eso pidamos al Señor en este domingo que nos oriente cuando en medio del cruce de los caminos queramos decir que sí y no sepamos del todo el cómo o el hacia dónde de ese sí. Que sus mensajeros nos vuelvan a recordar de modo incesante la Alianza de Amor que nos salva y nos recrea. Que la ternura y el requerimiento suave de María nos ayude.

Ignacio Puiggari, sj
Estudiante Teología

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