Estamos cerca de celebrar, una vez más, el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Una fiesta que cae en medio de divisiones y peleas entre el pueblo y el gobierno, entre la Iglesia de “los villeros” y “no villeros”, entre los de “la diáspora” que salen para regresar y los que salen por identidad, entre kirchneristas, macristas y apolíticos. De todo un poco. Como si lo único que sobrase fuera la posibilidad de sumarse a pelear por algo, aunque no se sepa bien por qué.
En medio de todo esto aparece el mes de diciembre y –para los que viven en el cono sur- esto significa vacaciones, fiestas y, por supuesto, la navidad.
Para muchos, diciembre es un tiempo de cierre y evaluación de lo vivido, pero también de reencuentro y festejo por el año que viene, incluido -ojalá- el niño Dios. Pero el peligro es vivir este tiempo como si fuera un paréntesis –por demás necesario- en medio del caos del país y de la situación socio-económica que se sufre y padece. De esta manera, lo que se hace no es otra cosa que desviar el foco, es decir, perder la mirada sobre lo esencial y dejar a Dios al margen de la vida. Porque Jesús nace. Esto lo saben bien las madres, que cuando el bebé quiere salir, sale, sin preguntar si el mundo está listo para recibirlo.
Por eso, frente a este niño nacido se me ocurren dos posibilidades. O lo recibimos apurados, como quien recibe una visita en un momento inoportuno, esperando más bien que se vaya, o le damos el verdadero espacio que se merece.
El Emmanuel (אל-עמנו con nosotros está Dios) no es otra cosa que la búsqueda de Dios por estar en medio de nuestra vida. Y las vidas perfectas no existen. La vida es problema, conflicto, muerte, como también es alegría, gozo, búsqueda y encuentro. En medio de todo ello es que Dios viene. Dios ama la humanidad, y por eso busca estar cerca de ella. Por favor, no busquemos huir de nuestra propia humanidad, porque si lo hacemos, estaremos huyendo del mismo Dios, a quien decimos amar, buscar y celebrar.
Que esta navidad sea un nuevo comienzo para mirar distinto, una verdadera alter-nativa frente a la vida y a las cosas de todos los días. Que nos animemos a abrazar la humanidad, la nuestra y la de los demás. Sólo así habremos acogido al niño Dios que nace en nuestro pesebre interior.
Alfredo Acevedo, sj