La alegría no tiene precio, no se puede comprar ni vender. La alegría se comparte. La alegría no se define, se demuestra. La alegría es saber que el sol vuelve a salir. La alegría es caer en la cuenta de que muchas piedras en el camino -a veces muy grandes- fueron corridas por alguien que te ama, te quiere. La alegría es experimentar, en medio del desconcierto, que alguien te dice ¡no temas! La alegría es la convicción de que la muerte no tiene la última palabra. La alegría es sentir que la vida tiene un para qué, que no somos hechos en serie, sino que estamos para algo único e irrepetible. La alegría es confiar en la promesa del encuentro, de la presencia que nos restaura, nos devuelve la esperanza y la misión. La alegría es saber que no se comprende ¡todo ya!, se confía, se aguarda y se le pide al corazón que abra sus puertas a las increíbles sorpresas. La alegría es correr, es temblar, es estar fuera de sí. No para ganar ni escandalizar, sino para contagiar.
Al Resucitado se lo conoce por sus efectos, como decía Ignacio [EE223]. Los efectos de la alegría son aquellos capaces de robar verdaderas sonrisas, aún en la mudez o el miedo. Cuando se contagia alegría, no se contagia una teoría, sino que se transmite un abrazo. El efecto de la alegría no llena las cabezas con teoría, sino que llena el corazón de presencias, de rostros, de palabras, de lágrimas por sentirse uno que no está solo. El efecto de la alegría no termina en nosotros, es para otros. Muchas veces temblando, otras veces corriendo, no dejemos que los ladrones de esperanza roben la alegría que da paz, la fortaleza que sostiene en la lucha diaria, el perdón que devuelve la amistad.
Es tiempo de dejarse llevar por la alegría. Muchas veces, en medio de nuestros llantos y sufrimientos, alguien se acercará y nos preguntará por qué lloramos. Nos llamará por el nombre y caeremos en la cuenta de que hay alguien que no defrauda, que siempre se la juega y que nos hace protagonistas, testigos. Cuando el efecto del Resucitado se nota, sentimos que verdaderamente vale la pena esperar, confiar, amar y entregar la vida en aquello que es realmente importante y esencial.
Marcos Muiño, sj