¿Cuándo se está preparado? Mejor dicho, ¿alguna vez estamos preparados? Son preguntas que indagan muy profundo, muy hondo, muy íntimo. Pero, aún así, el común de nosotros estoy segura que respondería que no, que uno nunca esta preparado para despedir a alguien…
El motivo a esa respuesta es porque cuando alguien se va, nos esforzamos a sacarlo de nuestra cabeza, como si quisiéramos hacerlo desaparecer con nuestro pensamiento. Ya no lo vemos más, ya no está, se fue. Hay que hacerse a la idea de que no va a volver, hay que agarrarse muy fuerte de esos recuerdos que teníamos en común y vivir de ellos.
Si, es verdad, ya no está. Ya no podemos vernos, pero nos queda lo que sentimos, nos queda un corazón latiendo fuerte, nos quedan lazos que no podrán cortarse, nos quedan recuerdos, nos quedan aún más cosas por vivir.
No es una pérdida, es una oportunidad para empezar de nuevo. No es alguien que se va, es conocernos de otra manera. Es abrir el corazón y dejar vibrar eso que nos unió y que nos sigue uniendo. Es estar juntos pero desde otra perspectiva, desde una óptica irrompible, inquebrantable.
El desafío está en romper nuestras estructuras, es una nueva puerta que se abre para ser explorada, vivida, sentida. Es aprender a hacer de ese dolor una revolución, una revolución que haga tanto ruido que nos salga del cuerpo.
El amor no entiende de distancia, medidas, cotidianidad, pérdidas. El amor sigue, el amor impulsa, el amor crece, el amor es fuerza. Hagamos de ese amor un punto de partida para empezar a sentir de otra manera, para dejar fluir.
Y ahí, sólo ahí, estaremos más conectados que nunca… Sólo ahí entenderemos que aquellos que nos aman de verdad nunca se van, porque están tan arraigados a nosotros como nuestra propia piel, porque están más adentro de nosotros que nosotros mismos.
Dejemos que aquellas personas que amamos profundamente vivan en nosotros, aumentemos la llama del encuentro, inflemos nuestro corazón y sonriamos… ¡ellos aún están aquí!
Clarita Alesandria