La selección francesa de fútbol se consagró en el Mundial de Rusia con un grupo en el que se destacaron los jugadores con raíces africanas. Al mismo tiempo, miles de personas que solicitan asilo son rechazadas por las políticas migratorias del presidente Macron.
700 refugiados en la ciudad de Calais, en el norte francés; 800 deambulando por las calles de París, 80 rescatados de la embarcación Aquarius que serían prontamente acogidos en Francia. Todos estos, hechos que conviven con el fuerte rechazo de la derecha, y la incoherencia de las declaraciones del gobierno.
Sin embargo, de los 11 jugadores titulares que disputaron la final ante Croacia, siete poseen ascendencia extranjera, preferentemente africana, y algunos incluso son nacidos en dichas naciones. No hay que confundir: el conjunto francés no está compuesto íntegramente por africanos, debido a que, por ejemplo, Kylian Mbappé nació en París, y Paul Pogba en Lagny-sur-Marne, más allá que sus raíces africanas son innegables.
En 2017, más de 100.000 personas solicitaron asilo en Francia. No obstante, desde el 2015, la administración francesa sólo se los ha concedido a 50.000, mientras que en Alemania han sido aceptadas 575.000 demandas. Una insolidaridad que no ha cambiado a pesar del discurso humanitario de Macron, cuyas políticas tienden a endurecer el trato hacia inmigrantes, reduciendo el plazo para tramitar solicitudes, o bien aumentando al doble los días en los que un inmigrante puede ser detenido.
En su primera misa del año, el papa pidió que se garantice a refugiados e inmigrantes un “futuro de paz” y recordó a los que “están dispuestos a arriesgar la vida en un viaje que en gran parte de los casos es largo y peligroso”. Pero para muchos la libertad, igualdad y fraternidad terminan justo al ingresar al país que, paradójicamente, esgrime dicho lema desde la revolución.
Ignacio Pueyo
