«Que su voluntad siempre sintamos y enteramente cumplamos».
Esta expresión aparece como fórmula de despedida en novecientas noventa y dos cartas firmadas por San Ignacio, a veces con pequeñas variantes. La voluntad de Dios se escucha en el sentir humano, donde entendimiento y voluntad se unifican. Sentir es una cualidad ligada a la capacidad de escucha, de auscultación, insight en términos más contemporáneos. Se trata de una resonancia interna donde lo corporal, lo cognitivo y lo afectivo se unifican para captar el lenguaje del espíritu. Consiste en una percepción integral que se va haciendo más clara y transparente en la medida en que uno se va abriendo a la acción del Espíritu.
Estamos llamados a una atención continua de esa voluntad de Dios, lo cual es otro modo de hablar de ser contemplativos en la acción. La acción es la respuesta a esa escucha y la condición para que la acción no sea hecha desde los resortes del ego sino desde la referencia a Dios. Se trata de reproducir la existencia del Hijo, que no “hace nada por su cuenta, sino que todo lo que ve hacer al Padre lo hace el Hijo” (Jn 5,19); “yo hago siempre lo que es de su agrado” (Jn 8,29); “no he venido a hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió” (Jn 5,30).
Lo que caracteriza la mentalidad contemporánea es la percepción de que todo está en movimiento, en indagación continua y que la existencia está en proceso. El carisma ignaciano engarza perfectamente con esta búsqueda que lleva a estar siempre abiertos. La integración entre la contemplación y la acción se da por la atención y la realización de esta voluntad: la contemplación nos dispone a escucharla y la acción a actualizarla. En ello radica precisamente el discernimiento, que no es una actividad mental sino una actitud integral y una disposición interior de entrega y de atención.
Hoy ya no podemos comprender la voluntad de Dios como un designio fijo e impuesto desde fuera, sino como un movimiento que brota de la profundidad de lo existente hacia la plenitud del Ser y de la Vida, como un dinamismo que va de Dios a Dios, tal como un río busca el Océano. Lo importante es que el agua llegue al mar; el recorrido del río está por fijar. Hay que desbloquear todo lo que impide que el agua corra, todo lo que obstaculiza esta inmersión, que se convertirá en una progresiva transformación de la persona y de la historia.
Xavier Melloni, sj