En la película de El Extraterrestre (E.T. El extraterrestre, 1982, Director: Steven Spielberg), un niño llamado Elliott (Henry Thomas), mientras va a recoger una pizza, escucha ruidos en el jardín, algo o alguien anda ahí. La manera que se le ocurre a Elliott para atraer a esa criatura al interior de su casa, es dejando un camino de dulces. Este ejemplo me ayuda a entender el modo que Dios tiene para invitarnos y ayudarnos a descubrir Su voluntad. No se impone, no nos obliga. Más bien, convida, invita, sugiere o, como dice el Profeta Jeremías (20, 7), nos seduce y nos dejamos seducir.
Ignacio de Loyola descubrió durante su convalecencia posterior al bombazo de Pamplona, que era presa de una intensa lucha interior. Sus fueros internos se convirtieron en campo de batalla entre dos dinámicas psicológicas opuestas, y ambas suscitaban agitaciones, reacciones o alteraciones de pensamientos, sentimientos, afectos, apegos, emociones, dudas, ansiedades, alegrías, euforias, tristezas, desconsuelo, antojos, deseos y pasiones que lo invitaban a tomar una decisión y a realizar una acción. Ignacio llamó mociones a estos movimientos internos. Las mociones son sugerencias e impulsos que invitan a que hagamos algo o dejemos de hacerlo. Dependiendo de hacia dónde lleven, se les puede ubicar como procedentes del buen espíritu o del mal espíritu.
El discernimiento es la capacidad de percibir e identificar las mociones, así como el trabajo personal de interpretarlas. Este esfuerzo, que se hace minuciosamente a consciencia, comprende distinguir y valorar los movimientos del buen y del mal espíritu, así como entender sus tácticas y respectivas estrategias. Tanto el buen y el mal espíritu, harán uso de las mociones para atraernos, de la misma manera que Elliott utilizaba dulces para atraer al extraterrestre.
Para hacer un buen discernimiento es importante que antes se haya hecho un balance de vida. Hay que preguntarse: ¿Cómo estoy? ¿Cómo está mi relación conmigo mismo? ¿Cómo está mi relación con Dios? ¿Cómo está mi relación con los demás? ¿Hay armonía o desorden? ¿Qué estoy haciendo de mi vida? ¿Voy de bien en mejor subiendo? ¿O voy de mal en peor?
Según Ignacio de Loyola, la estrategia general de los espíritus cuenta con la siguiente lógica: Al que existencialmente va de bien en mejor subiendo, el buen espíritu lo animará y le dará fuerzas, consolaciones, inspiraciones, serenidad, confianza, paz y quietud. Ante los obstáculos, le hará ver que no son tan difíciles y que se pueden superar. A quien va bien en la vida, el buen espíritu le da alegría y gozo espiritual, le quita toda tristeza y turbación enemiga. Así, estas mociones entrarán en su vida como gotas de agua en esponja. En cambio, a esta persona, el mal espíritu lo entristecerá, desanimará y turbará. Al que va bien en la vida, el mal espíritu le presentará los obstáculos como insuperables, los ideales como irrealizables, aun con ruido estridente como gota de agua que choca sobre piedra. En general, al que va bien en la vida, el mal espíritu se le presentará de forma terrible.
Algo muy importante para distinguir las estrategias y en las lógicas de movimientos espirituales es que, al buen espíritu, le gusta que el ser humano crezca y vaya avanzando con plenitud en la vida. En cambio, el mal espíritu intentará que retroceda. La misma estrategia se muestra en el caso de quien va existencialmente cayendo. En este caso, las tácticas de los espíritus se invierten. Al que va en decadencia, el mal espíritu le presenta el camino lleno de distracciones, falsos placeres y le dará aliento con palmadas en el hombro. A ese mismo, el buen espíritu podría atacarlo con medios terribles, punzando y mordiendo, hará uso de la culpa y del remordimiento, pues lo que desea es que surja el arrepentimiento y la conversión.
Es un arte aprender a distinguir las mociones. Quien discierne de corazón, se deja guiar por el buen espíritu, desarrolla la sabiduría, la prudencia y la disciplina, pues ha aprendido y sabe qué le ayuda y qué no le ayuda. Para Ignacio, lo valioso de aprender a dejarnos llevar por las mociones del buen espíritu es que nos ayudan a que podamos intuir y descubrir cuál es la voluntad de Dios para cada uno.
El buen espíritu es como ese entrenador de gimnasio que nos exige dar más y sacar lo mejor que tenemos. También, nos invita a que nos involucremos en la causa de Jesús, que es la causa del amor, del perdón, de la solidaridad, de la justicia y de lo que intenta construir un mundo más humano. Personalmente creo que la verdadera felicidad, la más plena y auténtica, surge cuando invertimos nuestras vidas en estos ámbitos. A través del discernimiento, Ignacio de Loyola nos recuerda que Dios nos invita a una vida en plenitud. Dios nos envía a este mundo para que hagamos algo lindo de nuestras existencias. Esta es una tarea pendiente. Tarea que, al realizarla, puede ser lo más bello, apasionante y esperanzador. Y Dios nos quiere enamorados, como bien dice el Padre Arrupe. Y ahí radicará todo: En qué empleamos los fines de semana, qué nos rompe el corazón, y qué nos sobrecoge de alegría y agradecimiento. Aprender a discernir es un arte que nos lleva a reconocer lo más bello y lo bueno. Aquello por lo que vale la pena enamorarse y apostarlo todo en el día a día. Aquello que, también como en la película de E.T., nos ayuda a llamar y regresar a casa. Entrar en nosotros mismos y discernir, como en la parábola del Hijo pródigo, es el primer paso para regresar a la Casa del Padre Bueno.
Ismael Bárcenas Orozco, sj
Fuente: entreParéntesis