En estos días donde el Adviento está en su momento de mayor esplendor, donde los sentimientos brotan, en donde cada mirada, cada gesto, cada palabra pareciese multiplicarse por solo hacerse viva en esta época del año. Y también en donde nuestras redes se colman de colores navideños y mensajes me topé con esta frase:
“El Todopoderoso y Eterno quiso hacerse frágil y vulnerable”
De repente mi rutina se detuvo, mi pensamiento gusto de esta frase y abrió mi corazón. Automáticamente me vi en el pesebre, en una noche fresca, con un poco de viento, me vi casi en la penumbra, con solo algunas estrellas en el cielo que iluminaban la noche y algún que otro candelabro que iluminaba la posada por dentro.
Vi una mujer, una mujer joven llena de miedos, llena de incertidumbres, una mujer que acababa de convertirse en madre, una mujer que sin saberlo se iba a convertir en la madre de toda la humanidad.
También vi un hombre, que con todas sus fuerzas e ímpetu no sabía que más hacer para que su prometida se sienta cómoda, para apaciguar el dolor, para contener a ese niño. Un padre lleno de temor, un padre que acaba de nacer con aquel niño.
Y un niño, que no era más que eso, un niño envuelto en harapos, acostado en un par de pajas, un niño humilde, que nació entre animales, en el frío de una noche, un niño primogénito, un niño vulnerable como cualquier otro.
Y acá es donde mi corazón encontró morada, donde mi corazón nació lleno de ternura y de amor.
Mi corazón dejo de mirar a las alturas inalcanzables y lejanas, descubrí al Todopoderoso en un pesebre, al Dios de la inmensidad hecho hombre, hecho un niño. Un Dios encarnado con rostro, un Dios que se reveló, que se reveló por amor, que se reveló para mostrarnos la tibieza de su corazón y sembrarla en los nuestros.
Para de esta forma, ir preparando nuestros corazones como aquél pesebre de Belén, para ser su morada, para quedarse, para acompañarnos desde nuestro interior.
Creo que justo ahí es donde el cielo y la tierra se juntan, se encuentran, donde “el Reino de los cielos esta entre nosotros”, para comprender que Jesús nació no solo en ese establo, sino en nuestros corazones, en donde jamás dejará de permanecer.
Descubrir que en esa realidad tan humilde, tan pobre fue en la que Dios eligió nacer, fue donde eligió quedarse a vivir con nosotros, donde su inmenso designio de amor tuvo su motor de arranque.
Hay lugares que son para cada uno de nosotros especialmente significativos para la presencia de Dios. Cuando nosotros lo descubrimos en tantas partes, en el fondo, descubrimos en lo más profundo de nuestro ser que la morada que nos ha venido a preparar no está lejos sino en nosotros mismos. Y se encuentra, ahí en nuestro corazón, donde Dios nació, donde eligió nacer.
Pri Torielli