A dónde voy y a qué

Ignacio de Loyola es un artesano del discernimiento, un maestro de la elección. Sabe lo que quiere y lo busca con empeño. Junta el deseo y la eficacia, la visión intuitiva y el resultado práctico. Por eso nos puede enseñar a buscar y hallar lo que más deseamos para nuestras vidas.

Ignacio también emplea esta estrategia de la lucidez al servicio del encuentro con Dios. ¿Cómo encontrarse con Dios en la oración? ¿Cómo hallar a Dios en todas las cosas? Pues ante todo, cuidando las adiciones, nos responderá Ignacio. Es decir, aplicando pequeñas estrategias que facilitan el ambiente de ese encuentro, que preparan a la persona para la oración.
Una de estas estrategias se resume en esa frase, que resulta un logrado aforismo ignaciano: antes de empezar a orar, advertir a dónde voy y a qué (Ejercicios, 206).

La expresión tiene variantes. Por ejemplo, para la primera oración del día aconseja pensar a la hora que me tengo que levantar y a qué (Ejercicios, 73). Para sus tres modos de orar recomienda considerar a dónde voy y a qué (Ejercicios, 239). En otro momento Ignacio es más explícito: poniendo delante de mí a dónde voy y delante de quién (Ejercicios, 131).

Es un ejercicio de advertencia y un ejercicio de intencionalidad. Nos hace más lúcidos y nos prepara mejor para todo lo que emprendemos. Activa nuestras intenciones conscientes y nuestras operaciones profundas para ordenar nuestra energía interior en la dirección que deseamos. De este modo, optimizamos nuestro psiquismo al servicio del encuentro con un Dios que, de su parte, quiere siempre tenernos consolados.

Esta intencionalidad lúcida puede aplicarse a todo lo que hacemos. Quien vive esta actitud vital se hace persona más consciente, afronta los retos de la vida con mayor preparación y sin duda está más preparado para en todo amar y servir a su divina Majestad (Ejercicios, 233).

Luis María García, sj

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