Una vez más, el 24 de marzo nos recuerda una de las etapas más oscuras de nuestro país. Una época en la cual el dolor y el sufrimiento se apropiaron de todos.
El Día de la Memoria no es un día más. Como argentinos y como cristianos tenemos la obligación de no hacer la vista hacia un costado e involucrarnos por un país y una sociedad mejor.
El problema comienza cuando reemplazamos la búsqueda justificada de justicia con el rencor fervoroso y eso se convierte en un deseo de venganza.
“Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mateo 5,43-48)
Y ahí es donde entra nuestra pregunta: ¿Qué haría Jesús en el lugar de cada uno de nosotros? ¿Cómo hago para amar a quien me hizo un daño irreparable? Son desafíos que por momentos parecen imposibles. Cristo no nos invita a que amemos únicamente a quienes nos aman, a quienes tenemos cerca, o simplemente a quienes conocemos. Él nos invita a amar hasta a la última de las personas, a quienes nos hacen bien y a quienes nos han hecho el peor mal de nuestras vidas.
Sin embargo, ¿cómo hacemos para que convivan el amor y ese dolor que por momentos se torna insoportable? Ahí está el desafío: en encontrar el punto justo en donde el dolor se vuelve reconciliador y nos ayuda, paradójicamente, a sanar.
Pensémoslo: ¿Cuál es el país que queremos construir? ¿Con qué valores vamos a hacerlo?
Ignacio Pueyo