Amor que necesita ser compartido

Todo comenzó con el llamado de Juan Podestá para ir, una vez más, a Tacuarembó, Uruguay a dar el retiro de Anastasis. La organización fue rápida y con un sentimiento especial. Y fue ese sentimiento especial de encontrarnos con chicos de años pasados (que sin ellos esto no hubiera sido posible esto) lo que me hizo dar el sí a Juan, pero también a Dios.

Fue una inolvidable experiencia más para el corazón, donde sentí como Dios tocaba la puerta de cada uno de los chicos, haciéndose presente en todo momento. No podíamos creer lo que estábamos viendo y viviendo: adolescentes de 15 o 16 años compartiendo alegría y ganas de vivir en todo momento y a cualquiera que se le presente, incluso a nosotros, los GIAs, personas que ni siquiera conocían. Sentí el retiro más de lo que lo pensé, lo sentí a Dios adentro mío y en todos los que me rodeaban. Sentí cómo, de a poco, esa llamita se iba encendiendo y se iba expandiendo por todos lados. Fue donde entonces pensé; este es el amor del que nos habla Jesús, este es el amor verdadero, esto es el amor eterno.

Ese amor, que fuimos recibiendo día tras día, era enorme y no podíamos contenerlo. Cada vez que nos preguntaban cómo nos había ido en Tacuarembó, no podía contener la alegría y automáticamente se nos dibujaba una sonrisa de oreja a oreja y extrañando mucho, contamos nuestra experiencia sintiendo con el corazón.

Con el correr del tiempo, me sentía más feliz y sentía como mi corazón se llenaba de amor, de ese amor eterno que les hablaba antes, de amor que necesita ser compartido no a otros, sino a todo el mundo porque no puedo amar a otros si no me dejo ser amado por Dios. Y como dijo Meche Ríos, una de las chicas que vivió el retiro, cuando ella misma dio su testimonio: “… Anastasis no duró dos días, Anastasis es un estilo de vida que empieza hoy y dura para siempre…”

Lucio Racca
Grupo Ignaciano de Animadores

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