El primer día no sabía ni entendía por qué yo estaba donde estaba. Solo sabía que tenía ese fuerte deseo de querer seguir el llamado a servir a los demás que había sentido unos meses atrás.
Así que allá estaba yo, con miedo, sedienta de amor, con el corazón duro, enroscada en la rutina, tratando de comprender lo que estaba viviendo.
Fui a Boquerón con el objetivo de misionar, pero fui yo la que volvió misionada. Mi corazón poco a poco se fue ablandando gracias a la hermosa comunidad de Piruaj Bajo. En ellos vi la forma de amar de Jesús, dando todo lo que podían (o que tenían, me atrevería a decir) por personas que no conocían, recibiéndonos sin importar de dónde veníamos, quienes éramos ni nuestras creencias, poniendo su mirada en cada detalle, atentos a lo que nos podía llegar a faltar, tratando en todo momento de hacernos sentir acogidos y cómodos. Esperándonos ansiosos para recibirnos en sus hogares, compartiendo con nosotros, entre mates dulces y tortillas, un poco de su forma de vida y de su historia; abriéndonos sus corazones para que nos sintamos parte de su comunidad.
Mi sed de amor se sacio rápido. Los abrazos de los niños fueron los protagonistas de esto. Esos abrazos tan tiernos, que me llenaban de calma; combinados con sonrisas esperanzadoras y esas miradas profundas y cálidas, clavadas directamente en mis ojos. Compartiéndome un poco de su inocencia para poder brindar y derrochar amor como ellos lo hacían. Y así vi a Jesús actuando en mí, entrando por estos actos de cariño, que muchas veces pasan desapercibidos.
“El amor es el único que crece cuando se reparte” (Antoine de Saint-Exupéry)
Entendí que se trata de sentir y gustar internamente de las cosas, no de querer comprender todo con la mente y que los momentos entren solo en ella, sino de pasar cada instante vivido por el corazón, cada anécdota, cada historia, cada abrazo, cada mirada, cada sonrisa; y todo esto hacerlo propio. Es así como una parte mía quedó allá, pero también me traje un pedacito de ellos.
El ver a Dios en lo pequeño, pero también en la inmensidad de su naturaleza, en el silencio del monte, la infinidad del cielo estrellado; me hizo sentir Boquerón como un segundo bautismo, el comienzo de un camino al estilo de Jesús, un renacer en la humildad y la sencillez. Pude ver mi vida con otros ojos, dándome cuenta que vivo rodeada de lujos innecesarios, inmersa en una rutina con preocupaciones superficiales, individuales, inútiles. Esta misión me llenó de ganas de vivir de otra manera, de llevar a mi vida diaria todos estos actos de amor que me mostraron las personas allá. Puedo decir que “Encontré una forma de ver la vida que solo tiene sentido con Él al lado mío.”
“A que crea en que ya no se trata de ellos ni de mí,
se trata de Vos Jesús, en medio
regalándonos un «nosotros»
que atraviesa todo miedo.” ( Luz Huríe)
María Lucía Giombi
Comunidad Misionera San Francisco Javier
Misión Julio 2018 – San José del Boquerón