Todos hemos tenido sueños de vida a lo largo de nuestra infancia y juventud. Imaginamos cómo se desarrollaría nuestra vida: abrazar una profesión, fundar una familia, construir para ella una bella casa y hacer grandes cosas por los demás, a fin de que nuestra vida sea una bendición para todos. Algunos de estos sueños se hicieron realidad y otros resultaron ser pura ilusión. De todas maneras, nuestros sueños de vida fueron siempre un motor para avanzar y buscar nuestro lugar. Nos impulsaron a trabajar sobre nosotros mismos, desplegar nuestras capacidades y apuntar a lo más grande. Tanto más doloroso resulta, entonces, cuando estos sueños se esfuman como pompas de jabón.
Algunas personas anhelan aquellos sueños no realizados y sienten que su vida fracasó. Todo sucedió de un modo muy diferente del que habían pensado. Para escapar de la desilusión, recurrimos a rutinas vacías. Estamos permanentemente ocupados, pero de esta manera sólo escondemos la realidad de que pasamos de largo por nuestra vida y nuestros sueños.
Quisiera ahondar en los diferentes tipos de sueños de vida y señalar caminos para poder manejarlos sin que debamos, simplemente, resignarlos por no haberse realizado del mismo modo que esperábamos cuando éramos niños. No importa si nuestros sueños se hicieron realidad o no, es provechoso mirarlos nuevamente a la cara, enfrentarlos y preguntarnos qué significado pueden tener en nuestra situación actual. Quizá hasta vuelvan a conectarnos con nuestras propias raíces.
Quieran los sueños de tu vida conducirte desde lo superficial hasta la hondura, a tu verdadera esencia. Para entrar en contacto con los propios sueños de vida es imprescindible trasladarse a la infancia, puesto que fue allí donde surgieron. Ocuparse de los sueños de vida significa volcarse hacia esa fuente interior en la que podemos abrevar. Es la fuente que Dios nos ha regalado a cada uno de nosotros en particular.
Anselm Grün, odb