El Documento Preparatorio acerca de los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, con el que se dio inicio a la fase de consulta de todo el Pueblo de Dios para el Sínodo de Obispos del 2018, invita a capacitarse y disponerse para acompañar a los jóvenes en su discernimiento de toma de decisiones en vista a las elecciones fundamentales de su existencia. Se pide a todos los agentes evangelizadores que no solamente estudien la teoría del discernimiento, sino que además tengan “la experiencia personal en interpretar los movimientos del corazón para reconocer la acción del Espíritu, cuya voz sabe hablar a la singularidad de cada uno”. El Papa Francisco está invitando a todos a practicar el discernimiento.
¿Qué es el discernimiento?
Me parece que un aporte eclesial inmenso ha sido el de San Ignacio de Loyola. En su libro de los Ejercicios Espirituales invita a considerar unas reglas “para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que en la anima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar”. Hay reglas para un primer momento y otras, “con mayor discreción de espíritus”, para un segundo momento espiritual.
Comenzamos afirmando que el discernimiento tiene una finalidad práctica. No es un simple medio para tratar de descubrir cuál es el estado de vida que Dios desea para cada uno. Tampoco es únicamente un modo de acercarse más a Dios en el ejercicio de la oración diaria tan necesaria para un cristiano. El discernimiento nos ayuda a decidir cuál es el mejor modo de actuar en el día a día de nuestra existencia, ofreciéndonos sugerencias útiles para tomar decisiones.
El discernimiento reconoce cuando está en acción el “mal espíritu” o el “buen espíritu” en la vida de cada uno. Pueden parecernos anticuados estos términos que usaba San Ignacio. Lo que quiere decir es que debemos estar prontos para darnos cuenta lo que no es de Dios y lo que sí es de Dios. San Ignacio hablaba también del “enemigo”, refiriéndose con ello a que estamos metidos en medio de una batalla. Lo cierto es que todos experimentamos ordinariamente en nuestra vida tensiones entre el bien o el mal, entre lo sano o lo insano.
El primer diagnóstico que se precisa hacer es si uno se encuentra yendo por la vida de mal en peor (si en vez de estudiar copio en la prueba y me va bien, me decido a copiar en la siguiente prueba para que también me vaya bien). En esta situación el “enemigo” me animará a continuar haciéndolo, me hará pensar que finalmente eso es bueno, que nadie se enterará, que todo el mundo lo hace. En asuntos de dinero y de poder esta mecánica se revela muy nítida en las series Billions y House of Cards que ofrece Netflix. En cambio, el “Buen Espíritu” lo que hace es lo opuesto: nos remuerde la conciencia.
En la situación contraria, cuando más bien tratamos de llevar una vida buena, sirviendo y queriendo a la gente que nos rodea, el “Buen Espíritu” se manifiesta como una gota de agua que entra en una esponja. Regala ánimo, fuerza, consolación, quietud, facilitando llevar adelante nuestras tareas. Como decía alguno: “Las atracciones de Dios son amables invitaciones que llaman al amor”. En cambio, el “enemigo” es como una gota de agua que cae sobre la piedra. Toca agudamente. Muerde, entristece, pone impedimentos y falsas razones que inquietan (nos refiere a un posible futuro lleno de dificultades: ¡No llegarás muy lejos!; o nos anclará en sucesos del pasado: ¡No fuiste capaz!). En otras palabras, nos coloca en callejones sin salida.
¿Me encuentro en tiempos de desolación o en tiempos de consolación?
Si estoy en desolación, cuyos signos hemos descrito someramente, se nos recomienda no hacer cambios. Cuando uno se siente distante de Dios y sufre sus efectos está inclinado a ser guiado por caminos oscuros. Si uno se siente infeliz no piensa con claridad y está sin esperanza. Por tanto, no es buen momento para tomar decisiones. Cuando uno está así lo que debe hacer es orar y meditar más, ser paciente, tener confianza de que no está abandonado, recordar más bien que hubo otros momentos diferentes y mejores. Hay que mudarse contra las desolaciones para vivir tiempos tranquilos y consolados.
Hay tres modos en que actúa el “enemigo” incitando a que aparezca nuestro peor yo. Primero, el enemigo se conduce como un niño malcriado, que dice que quiere chocolate y que lo quiere ya, exigiéndolo a gritos (en vez de chocolate podría ser para un adulto afanarse por tener más poder, o buscar que se fijen más en él, o desordenarse en lo afectivo-sexual). El remedio aconsejado es hacer aquello que se hace con estos niños: no ceder a semejantes tipo de demandas o tentaciones. Resistiendo firme y poniendo mucho rostro el enemigo enflaquece y pierde ánimo.
Segundo, el enemigo actúa como un amante falso queriendo mantener todo en secreto, de que no se sepa la relación, que se viva todo en clandestinidad. Con esto se van empeorando las cosas porque los secretos enferman. El remedio aconsejado es sacar a luz los sentimientos negativos que uno puede tener y los impulsos que le nacen para hacer el mal. Las tentaciones parecen poderosas cuando están ocultas, pero pierden su poder expuestas a la luz.
Tercero, el enemigo actúa como un “caudillo” (guerrero) que quiere asaltar una fortaleza, que conoce los puntos débiles que tiene la construcción y apunta hacia ellos. El “mal espíritu” ataca donde somos más vulnerables (el orgullo, la vanidad, los afectos desordenados). El remedio aconsejado es reforzar esos puntos débiles del propio castillo espiritual y a la larga ir aprendiendo a reconocer el modo en que uno es atacado (a partir de la soledad, en la preocupación excesiva de la propia salud, a partir del cansancio, en los días nublados y fríos de la ciudad).
Dios nos quiere consolados y contentos. El discernimiento ayuda a poner los medios para ello.
Juan Díaz, sj