Será su ternura acentuada en una sonrisa lo que los hace especiales y totalmente mágicos, será su manera de ver el mundo como algo extremadamente grandioso, será su risa incontrolada o sus anhelos de convertirse en superhéroes a través de los sueños.
Quizás no, quizás no sea nada de todo eso, quizás su chispa esté definida por no reprimir lo que sienten; por ser auténticos, mostrar amor incondicional siempre, no tener miedo a una herida a causa de una aventura ganada o un reto por ser impulsivos y extremadamente sinceros.
Y entonces, ¿por qué a medida que el tiempo pasa, el cuerpo crece y el corazón se hace más exigente; el niño que éramos se queda atrás?¿A dónde queda nuestro niño? ¿A dónde fue a parar nuestra capacidad de amar sin medidas? ¿Dónde los sueños y esas ganas de animarnos a sentir y a ser aventurados? Tal vez todo eso aún esté ahí, tal vez aún no se haya ido…
Para recuperarlo, para volver a sentir con esa intensidad sólo se trata de vencer las barreras que hemos construido y que, con el correr de los años, se tornan más duras y con más dificultades para ser traspasadas. Puede que no nos resulte fácil, puede que sea todo un desafío…
Llevemos el corazón a los lugares y a las personas con los que fuimos felices, muy felices… Llevamos el corazón a los momentos en los que, nuestra alma alborotada, nos pedía sentir más; a esos en los que no pudimos medirnos porque la magnitud con la que sentíamos era tan grande que nos desbordaba el cuerpo. Viajemos a las circunstancias en las que fuimos un cuerpo con alma de niño…
Y ahí, sólo ahí, habremos vuelto a sentir el pequeño que aún reside en nosotros con esa magia que lo envuelve y esa esencia que lo hace inigualable; sólo ahí habremos vuelto a sentir aquel niño que aún vive en nuestros momentos más felices y se deja interpelar por la ternura que guardan los sueños listos para ser vividos.
Clarita Alesandria