«E Isabel se llenó del Espíritu Santo, y clamó con fuerte voz: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque así que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó de gozo el niño de mi seno. Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor.
Dijo María: Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva; por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo.» (Lc 1, 41-49)
No sabemos si aquella mañana del domingo
visitaste a tu Madre,
pero estamos seguros de que resucitaste
en ella y para ella,
que ella bebió a grandes sorbos el agua de tu resurrección,
que nadie como ella se alegró con tu gozo
y que tu dulce presencia fue quitando
uno a uno los cuchillos
que traspasaban su alma de mujer.
No sabemos si te vio con sus ojos,
mas sí que te abrazó con los brazos del alma,
que te vio con los cinco sentidos de su fe.
Ah, si nosotros supiéramos gustar una centésima de su gozo.
Ah, si aprendiésemos a resucitar en ti como ella.
Ah, si nuestro corazón estuviera tan abierto como estuvo
el de María aquella mañana del domingo.
José Luis Martín Descalzo