Hace 15 años, un tramo abierto en el terraplén que protege al borde oeste de la crecida del río salado, propició uno de los peores desastres hídricos que recuerde Santa Fe. El río recuperó terreno, avanzó sobre calles urbanizadas, cubrió viviendas, espacios verdes, hospitales. Revolvió y enterró fotos, libros, recuerdos, documentos de identidad, juguetes, cuadernos de clases.
En Abril de 2003, el Salado invadió la vida cotidiana de más de 120 mil santafesinos, desesperados en la búsqueda de un lugar seco. Los refugios no estaban preparados, nadie sabía qué hacer, ni a donde ir. La gente caminaba desorientada por las calles. En ese Abril, un tercio de la ciudad quedo bajo agua, alcanzando en algunos barrios más de cinco metros de altura. El río permaneció dentro de la ciudad durante muchas semanas.
Estas catástrofes interrumpen nuestro modo de vida, causan gran destrucción e incluso la muerte. Tienen un importante mensaje que no debemos ignorar. Ponen en claro nuestros valores, desafían nuestra fe y revelan quienes somos realmente.
Nos enfrentamos con una cuestión de fe, aquellos que conocen a Dios creerán que Él tiene una razón justificable para estas tragedias y podrán resistir, mientras que otros trataran tal fe con menosprecio.
Cuando el hombre no tiene fe, en vez de acudir a Dios en busca de consuelo, se revela aún más contra Él. Como cristianos no podemos caer en la tentación de unirnos a los que acusan a Dios cuando catástrofes ocurren. En nuestras manos tenemos la herramienta de la oración y la capacidad de ayudar a los que sufren, llevando algo mucho más valioso que asistencia material: el cristiano lleva consuelo. Lleva la palabra de Dios allá donde el sufrimiento parece reinar para que todos puedan acogerse a ella y así, encontrar respuesta a su dolor, esperanza y vida.
“Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas. Y ante su furia retiemblen los montes. Quedaos quietos, reconoced que yo soy Dios. El señor todopoderoso está con nosotros, nuestro refugio es el Dios de Jacob” Salmo 46, 1-11.
Dios no se vale de los desastres naturales para castigar a nadie. Nunca lo ha hecho, y nunca lo hará. ¿Por qué? Porque, como dice la Biblia: “Dios es amor”.
Priscila Torielli