Por el momento, y en la misma forma netamente práctica, es posible dar una respuesta referente a lo que en la actual historia de la humanidad, puede conservar cuerdos a los hombres: el misterio. Mientras tienen misterios, tienen salud; cuando se destruye el misterio, se crea la logica enfermiza.
El hombre común siempre ha sido cuerdo, porque el hombre común siempre ha sido místico. Siempre ha aceptado la nebulosidad. Siempre ha tenido un pie en la tierra y otro en el país de las hadas. Siempre ha conservado la libertad de dudar de sus dioses; pero (contrariamente a algunos agnósticos) también ha conservado su libertad de creer en ellos. Siempre se ha preocupado más de la verdad que de la consistencia. Si vio dos verdades que se contradecían mutuamente, tomó las verdades y la contradicción junto con ellas. Su vista espiritual es en tres dimensiones, como su vista física. Al mismo tiempo ve dos cosas diferentes, y no obstante, o por lo mismo, las ve mejor. De ahí que siempre haya existido algo como el destino, pero también algo como la libertad de albedrío. De ahí que creyó que de los niños era el reino de los cielos, y que no obstante lo cual, debían obedecer en el reino de la tierra. Admiró a la juventud porque era joven y a la vejez porque no lo era.
Es, precisamente este don de asociar las aparentes contradicciones, lo que constituye toda la elasticidad del hombre sano. El único secreto del misticismo es éste: que el hombre puede entenderlo todo merced a la ayuda de todo lo que no entiende. El lógico enfermizo, intenta dilucidarlo todo y sólo consigue volverlo todo misterio. El místico permite que algo sea misterioso, y todo lo demás se vuelve lúcido. El determinista hace muy clara la teoría de causalidad y luego descubre que no puede decir «por favor» a su hermano. El Cristiano acepta que la libertad de albedrío siga siendo un misterio sagrado; por eso sus relaciones con los demás son de una cristalina y luminosa claridad. Pone la semilla del dogma en una oscuridad central; pero la semilla germina y se ramifica en todas direcciones con espontánea y saludable abundancia.
Así como hemos tomado al círculo como símbolo de la razón y de la locura, muy bien podemos tomar a la cruz como símbolo al mismo tiempo de la salud y del misterio. El budismo es centrípeto pero el Cristianismo centrífugo: se vuelca hacia afuera. Porque el círculo es perfecto e infinito en su naturaleza; pero se halla siempre limitado a su tamaño; nunca puede ser mayor ni más pequeño. Pero la cruz, pese a tener en su centro una fusión y una contradicción, puede prolongar hasta siempre sus cuatro brazos, sin alterar su estructura. Puede agrandarse sin cambiar nunca, porque en su centro yace una paradoja. El círculo vuelve sobre sí mismo y está cernido. La cruz abre sus brazos a los cuatro vientos; es el indicador de los viajeros libres.
G.K. Chesterton