«Hijo mío, que estás en la tierra,
preocupado, solitario y tentado.
Yo conozco perfectamente tu nombre,
y lo pronuncio como santificándolo, porque te amo.
No, no estás sólo, sino habitado por Mí,
y juntos construimos este Reino
del que tú vas a ser el heredero.
Me gusta que hagas mi voluntad,
porque mi voluntad es que tú seas feliz,
ya que la gloria de Dios es el hombre viviente.
Cuenta siempre conmigo,
y tendrás el pan para hoy, no te preocupes;
sólo te pido que sepas compartirlo con tus hermanos.
Sabes que perdono todas tus ofensas,
antes incluso de que las cometas;
por eso te pido que hagas lo mismo con los que a ti te ofenden.
Y, para que nunca caigas en la tentación,
cógete fuerte de mi mano,
y yo te libraré del mal,
pobre y querido hijo mío.»
J.L. Martín Descalzo