Los atardeceres anuncian que se acerca el final del día… El sol se esconde, el cielo se tiñe de colores llenos de vida, y le dan paso a las estrellas para que con su magia, iluminen hasta el confín del mundo. Y entonces, con ellas aparece también la luna y se encienden las primeras luces de la ciudad.
Pero, además de todo eso, los atardeceres son la mejor invitación a la vida… Sí, los atardeceres no invitan a que, a través de ellos sigamos soñando. Porque, después de todo; frente a ese cielo teñido de arco irís, ¿existen imposibles?
Los ocasos dan paso a la imaginación y con ello, también, a la revolución… Y entonces, los límites para proyectar ya no existen.
El sol se va y te proyecta a encontrarte con vos, en tu estado más profundo y puro, te invita a vibrar con lo que contemplan tus ojos. Y sí, puede que eso suponga un viaje, un viaje hacia a adentro; un viaje con vos, un viaje en vos. Algunas veces, un viaje más extenso que otros. Pero, en definitiva, supone un viaje a ser, a dejarte ser, a encontrar los medios para poder alcanzar todo eso que queres pero que, por alguna razón, no te animas a concretar. El atardecer implica, de alguna u otra manera, un viaje a florecer…
Entonces; cuando tomes consciencia de que, el cielo te regala instantes de luna llena; vibra, porque a ese momento lo antecede un atardecer. Entonces; cuando tomes consciencia de que, el cielo te regala un día de sol; estate listo, porque se aproxima un atardecer…
De algo estoy segura; ninguno se parece a otro, ningún color se expande como pinceladas en el cielo de igual manera. Ningún atardecer te encuentra igual, ningún viaje hacia adentro lo es…
Respira hondo, cerra los ojos y dejate llevar… La magia está por comenzar. Porque vivir en atardecer es eso; es magia.
Clarita Alesandria