Ante ti, oh cruz, aprendo lo que el mundo me esconde:
que la vida, sin sacrificio, no tiene valor
y que la sabiduría, sin tu ciencia,
es incompleta.
Eres, oh cruz, un libro
en el que siempre se encuentra una sólida respuesta.
Eres fortaleza que invita a seguir adelante,
a sacar pecho ante situaciones inciertas
y a ofrecer, el hombro y el rostro,
por una humanidad mendiga y necesitada de amor.
Ahí te vemos, oh Cristo, abierto en tu costado y derramando,
hasta el último instante, sangre de tu sangre
hasta la última gota,
para que nunca a este mundo que vivimos
nos falte una transfusión de tu gracia,
un hálito de tu ternura de tu presencia,
una palabra que nos incite a levantar nuestra cabeza hacia lo alto.
En ti, oh cruz, contemplamos la humildad en extremo,
la obediencia y el silencio confiado la fortaleza
y la paciencia del Siervo doliente,
la comprensión de Aquel que es incomprendido,
el perdón de Aquel que es ajusticiado.
En ti, oh cruz, el misterio es iluminado aunque,
en ti, Jesús siga siendo un misterio.
P. Javier Leoz