Entra, Señor, y derrumba mis murallas,
que en mi ciudadela sitiada
entren mis hermanos, mis amigos, mis enemigos.
Que entren todos, Señor de la vida,
que coman de mis silos,
que beban de mis aljibes,
que pasten en mis campos.
Que se hagan cargo, mi Dios,
de mi gobierno.
Que pueda darles todo,
que icen tu bandera en mis almenas,
hagan leña mis lanzas
y las conviertan en podaderas.
Que entren, Señor, en mi viña,
que es tu viña. Que corten racimos,
y mojen tu pan en mi aceite.
Y saciados de todo tu amor, por mi amor,
vuelvan a ti para servirte.
Entra, Señor, y rompe mis murallas.
Antonio Ordóñez, sj