Un tema central en los Ejercicios Espirituales que nos propone San Ignacio, es la misericordia. Se ubica, dentro del mes de ejercicios espirituales, en el final de la primer semana, donde reconocemos nuestros pecados y debilidades. Y es el nexo con la segunda semana, donde somos invitados personalmente a seguir a Jesus.
La palabra misericordia tiene su origen en dos palabras del latín: miserere, que significa tener compasión, y cor, que significa corazón. Ser misericordioso es tener un corazón compasivo. El mejor ejemplo de este tipo de amor misericordioso es el de Dios, que siempre está dispuesto a cancelar toda deuda, a olvidar, a renovar, a perdonar.
El primer paso para experimentar la misericordia es reconocernos débiles. La misericordia tiene como centro la debilidad humana. Nuestra pequeñez, nuestra fragilidad, nuestra miseria nos hace objetos de salvación. Aceptar que hay momentos donde negamos a Jesús -aunque estemos seguros que Él es el camino-. Saber que muchas veces herimos a los otros, y también a nosotros mismos. Que no estamos a la altura de las circunstancias, que «no nos da el cuero» para responder a su llamado. Si no reconocemos esto corremos el riesgo de ser como los fariseos (hipócritas). Aquellos que se escandalizaban de que Jesús comiera con los pecadores, que visitase sus casas, que sanase en el día Sábado. Que sucede? Nos construimos una fachada de «buenas personas», nos creemos auto-suficientes y moralmente superiores al resto. Desde esta mirada donde yo me basto a mi mismo y no necesito que nadie me cure, empiezo a señalar los defectos de los demás, a buscar la paja en el ojo ajeno. Me indigno y escandalizo con el pecado del otro, mientras no soy capaz de hacerme una sola critica. En la jerga cotidiana: un careta.
El otro gran paso -aunque quizás parezca obvio- es estar verdaderamente arrepentidos. Sentir nuestros pecados y entregárselos al señor. Presentarnos sin mascaras ante Dios, que nos conoce mejor que nosotros mismos. Sabemos que su generosidad no conoce de limites. Me resulta muy chocante pensar en Pedro luego de negar tres veces a Jesús. Llorando amargamente, nos dice el evangelio.¿No estaba siendo en ese mismo momento, perdonado por Dios?
La misericordia divina escapa a toda lógica humana, acostumbrada al resentimiento, a la venganza, al «ojo por ojo». A no dar, sin antes recibir algo a cambio. El amor de Dios es infinito, como su misericordia. No se cansa, ni se va a cansar nunca, de perdonarnos para que volvamos a estar cerca suyo.
Nacho Lupotti