“Estamos acá para servir”
Fue la frase que un gran amigo eligió hace unos años, cuando en una misión por el norte de nuestra provincia una familia nos invitó a cenar a su hogar.
Servir, atender, estar atento, disponerse, ¿Por qué después de tanto tiempo esta frase, esta palabra “servir” quedó resonando tan fuerte en mí?
¿Cuántas veces realmente estuve atenta? ¿Cuántas veces, realmente, me detuve, preste atención y serví? ¿Alguna vez deje de pensar en mí y serví al otro?
“Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en el rescate de muchos”. Mt. 20, 28
Cuantos días me sorprenden cansada, agotada, con la cabeza corriendo más rápido de lo que me da el cuerpo. Cuantas veces la desgana ganó a mí disponer, cuantas veces por no querer mirar a un costado me perdí la posibilidad de servir, de estar ahí para servir.
Y de una u otra forma llega María a mi cabeza, con su ejemplo, con su sencillez invitándome a servir a su modo, desde lo pequeño, desde lo cotidiano, alentándome a no bajar los brazos, a que, aunque el cansancio sea grande, la satisfacción de dar la vida por el otro es más grande. A enseñarme que el verdadero sentir y gustar de las cosas se encuentra en lo secreto, en el interior, y no buscando la gratitud, esperando que nuestras obras sean reconocidas, esperando el gozo en lo grande. El verdadero gozo está en lo pequeño, en ser pequeño, en ser humano, como ella lo fue, como su Hijo lo fue, en los pequeños actos, en los pequeños gestos, en servir desde lo humilde y lo sencillo.
“He aquí la sierva del señor” Lc. 1, 38
Y entonces comprendí que ser un siervo de Dios muy lejos está de ser su esclavo, se trata de estar sujeto a su voluntad y a entera disposición de Él, de responder a su llamado y solo por nuestro querer, seguirlo.
Sirviendo, dando amor, todo y lo mejor que esté en mis manos, lo que esté a mi alcance, cada detalle cuenta. Pequeños actos ocultos que de una u otra forma sacan una sonrisa al que tenemos al lado.
A diario, sin darnos cuenta la vida nos sorprende sirviendo, nos sorprende con la oportunidad de darnos al prójimo y, así, de darnos a Dios.
Con el ejemplo de María conocí todo el amor que Dios puso en nosotros para dar, para que nuestra generosidad aumente. Cada persona es un mundo, y en todos y en todo, podemos aprender a servir a los demás para salir de nosotros mismos, para dar.
Pri Torielli