Este domingo comenzamos un tiempo de espera y un camino de preparación para la Navidad. Se trata de un camino que nos conduce a recordar y celebrar el nacimiento del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Y para acercarnos a ese momento, se me ocurre que podemos hacerlo del mismo modo que los Magos de Oriente: siguiendo una estrella (Mt. 2,2).
¿No parece una locura salir en medio de la noche a buscar algo/alguien que estuvimos esperando años, dejándonos guiar únicamente por una estrella? ¿Por qué no utilizar esos GPS que nos muestran el camino más corto, más rápido, más seguro, más cómodo? Precisamente, porque se trata de un camino y de una búsqueda entrelazada con la propia historia, y que nos exige paciencia e incertidumbre, resolver encrucijadas, retomar caminos.
En primer lugar, nos ponemos en camino dejándonos guiar por una estrella porque no sólo nos guía sino que, al mismo tiempo, nos mueve a ponernos en camino. Ella esconde y carga con nuestros deseos más profundos: amar y ser amados; con nuestras búsquedas más hondas que desde hace tiempo venimos llevando adelante con cierta timidez. Pero ahora es tiempo de lanzarnos en medio de la noche a caminar siguiendo esa luz. Porque hay algo que nos dice que es el momento que esperábamos; porque hay algo dentro de nosotros que ya no resiste a seguir escondiéndose. Hay un deseo esencial que nos empuja a “buscar y hallar” (EE 1) aquello que haga de nuestra existencia una vida plena.
En segundo lugar, esa estrella nos empuja y nos guía. Cada noche, sobre nosotros, brillan muchas estrellas que ya han desaparecido pero que igual seguimos viendo. De igual modo, nuestra historia está alumbrada por muchas personas que están lejos o ya no están con nosotros, pero que nos han mostrado y siguen mostrando el modo de lanzarnos a esta aventura de responder al llamado de ponernos en camino. Un llamado a encontrar y ser encontrados. Porque ellos nos enseñaron que hay “un lugar en el mundo para nosotros”, porque ellos nos enseñaron que nuestro caminar está lleno de encuentros y desencuentros, pero que hay uno, un encuentro, que nos transforma para siempre.
La estrella que guió a los Magos se detuvo sobre el Pesebre donde había nacido el Salvador, la Luz del mundo. Allí hallaron los que buscaban. Ahí también nosotros hallamos al que estamos buscando: al Dios-con-nosotros. Y al hallarlo a Él, nos encontramos con nosotros mismos. Se me revela mi verdad más profunda, sin títulos, sin máscaras, sin disfraces. Ese niño que está en el establo, nos revela nuestra propia fragilidad, nos revela que para Dios no hay realidad humana de la cual avergonzarse. Él quiere llegar, nacer, quedarse y alumbrar esas realidades que escondemos y que necesitan de su Luz, esas realidades pobres de nuestra existencia y que necesitan alimentarse de su Vida.
El encuentro con el recién nacido transforma nuestros caminos y búsquedas, les da un nuevo sentido y horizonte. Al igual que los Magos, no podemos regresar por el mismo camino sino que tenemos que intentar otros nuevos. Ya no nos guía una estrella, sino que dentro de nosotros se ha encendido una nueva luz. Se nos ha dado luz para alumbrar el mundo que nos rodea. Se nos ha dado una luz para alumbrar el camino que conduzca a otros al encuentro con el Dios de la historia.
Patricio Alemán, sj
Estudiante Jesuita