La conversión de Ignacio toma un rumbo cada vez más visible a medida que avanza el proceso. En su Autobiografía, en el capítulo II, luego del gracioso episodio con el moro sobre la Virgen –que les recomiendo leer-, se cuenta cómo es que ha decidido partir a Jerusalén a los lugares donde vivió Jesús. Para emprender el camino necesita cambiar las vestiduras de noble y tomar las de Cristo pobre. Para ello tiene que velar las armas, como buen caballero de su época.
En efecto, cuenta con sumo detalle cómo fue ese mudarse de ropas y de a poco de vida: “La víspera de Nuestra Señora de Marzo en la noche, el año de 1522, lo más secretamente que pudo, se fue donde un pobre y despojándose de todas sus vestimentas se las dio, y se vistió con su deseado vestido, y fue a hincarse de rodillas ante el altar de Nuestra Señora y pasó ahí toda la noche, unas veces de esa manera y otras en pie con su bordón en la mano.” (18).
Y es que dejarse visitar por Jesús es comenzar a despojarse. Es ahí, en la desnudez del corazón, que podemos tomar contacto con los deseos más hondos. Esto fue lo que experimentó Ignacio: que su riqueza era Cristo, que su nuevo vestido era símbolo de todo lo que se había transformado interiormente.
En este tiempo lindo de recordar la vida de Ignacio nos toca a nosotros preguntarnos por nuestros despojos, por aquello que queremos cambiar en nuestro proceso personal de conversión. ¿Qué vestidura ya no sirve? ¿Qué nuevo vestido me invita a usar Dios para participar de su vida?
Comencemos a caminar nosotros también y veremos cómo es que, poco a poco, se nos va transformando el corazón.
Emmanuel Sicre, SJ