He ahí mi certidumbre,
mi confianza, mi libertad.
Saber que tú me juzgas.
Me conoces
más que yo mismo.
Me comprendes mejor
que cualquiera.
Crees en mí,
hasta en los días
en que yo deserto
de mi propia defensa.
Me preparas
para tu brega.
Me desnudas de odio
y resistencias.
Me vistes de tu paz
y evangelio.
Compareces conmigo
ante el tribunal
de la memoria,
de la justicia,
de la flaqueza,
y eres al tiempo
defensor y juez,
testigo y compañero,
misión y meta.
Mejor la guerra,
contigo,
que una paz
adormecida,
sin tu amor
ni tu bandera.
José María Rodriguez Olaizola, sj