Nos duelen tantas cosas… Las historias que se rompen, el silencio de los amigos, la enfermedad que nos golpea, los fracasos personales, el daño que hemos hecho, las caricias que no llegan, las heridas que nos dejan, la vejez de nuestros padres. Nos duele la soledad que nos callamos, los «te necesito» que no sabemos decir, ese problema que tanto ahoga, el dolor de quien queremos, el cariño que nos niegan, el desprecio al refugiado, las víctimas del egoísmo, el bien que no somos capaces de hacer.
Cuando vives encogido, la buena noticia no es el «tranquilo, que ya pasará»; porque no siempre es tan fácil. Ni el «hombre, que no es para tanto»; que en ocasiones sí que lo es. No es el «no llores, compañero»; sobre todo cuando necesitas llorar. Ni tampoco es un «sonríe, busca lo bueno, estate alegre». La buena noticia es más sencilla, menos dulce, pero más real: «no estás solo, se te quiere, yo (o Yo) estoy aquí». Porque su oficio es consolar (Ejercicios Espirituales, 224).
PastoralSJ