En los números 17 y 18 de la Autobiografía, Ignacio nos narra un episodio particular en su largo camino de peregrino: la vela de armas frente a la virgen en Monserrat. Allí él deja sus armas y sus vestiduras ostentosas –y con ellas su afán de dominar a otros desde su nobleza- para continuar “ligero de equipaje”, tal como lo hacía el Señor.
Pero su despojo externo es sólo un signo de lo que ocurría internamente en su corazón. En los varios días que duró su proceso de “velar su pasado” tuvo lugar una confesión general, como quien quiere abrirse por completo ante Aquel que lo seduce. San Ignacio refleja en la entrega externa, la disposición interna a dejarse transformar, pero de a poco.
La determinación de seguir a Jesús a veces parece ambigua: es un acto que se hace en algún momento pero que se vive en un proceso de mucho tiempo (como los días que dura la estadía del Peregrino en Monserrat). El disponerse a la voluntad de Dios requiere el contacto con los propios deseos, así como con el deseo de Dios. Y ese es un camino a recorrer y que requiere prepararse.
Y en este camino Ignacio sabe de alguien que ya lo ha transitado: treinta y tres años le lleva a María comprender lo que significa ser “la esclava del Señor”, “la llena de gracia”. Toda una vida de crianza y seguimiento del Maestro hacen de María la virgen y seguidora fiel (y no un mero instante de gravidez). Todo el tiempo de la vida de Jesús entre los hombres es el que precisa María para terminar de confirmar su sí entre el dolor de la cruz, la soledad de la tumba y la alegría de la resurrección.
En todo este tiempo, María se va despojando, así como lo hace Ignacio. Y no lo hace tanto exteriormente, sino más bien interiormente: ambos se despojan desde dentro, paso a paso. Este despojo lleva tiempo, sobre todo porque renunciar al mérito –a la nobleza- es un acto casi heroico. Pero sólo así es que uno puede dejarse llenar por la gracia: cuando la deja actuar desde dentro, quitando todo lo accesorio, velando aquello que antes me ha ayudado a abrirme camino pero hoy ya se convierte en carga y pesado equipaje.
San Ignacio necesita tiempo para velar sus armas porque ellas han sido importantes en su vida. Y en estas armas está el mundo de sus relaciones, a las que hay que saber agradecer y reverenciar. Pero, como María, el abrirse a la vida significa también el resignificar esta historia y estas relaciones para que me ayuden a parecerme más a Cristo, a vivir más como él me propone la Vida plena, a vestirme igual que él: como el pobre que siempre está listo para caminar y salir al encuentro de la Vida.
Rafael Stratta, sj