María, primera misionera

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

María partió y fue sin demora. Luego de la anunciación del Ángel Gabriel, de su sí sin peros, sin restricciones, María partió a la casa de Isabel. María, después de volverse la esclava del Señor, de entregarse por completo a su plan, partió. No esperó, no descansó, no titubeó. Partió. Y llevaba a nuestro Señor en su vientre, y así se convirtió en la primera misionera, llevando a Jesús antes de que nazca a los demás.

¿Por qué misionera? Porque lo anunció desde el primer momento, saliendo de sus comodidades. Caminando a un pueblo de la montaña, quién sabe cuán lejos. Fue la única que pudo evangelizar con Jesús en su vientre, pero ella además ya lo llevaba en su corazón, y así nos enseñó a llevarlo a Jesús, en nuestras acciones, pensamientos y palabras.

“Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre”.

Porque llevar a Jesús es llevar amor, llevar alegría, esa que sólo vive quien conoce a Jesús, quien le abre las puertas de su corazón y lo deja entrar.

María e Isabel en un sólo un saludo, pudieron reconocer la presencia del Espíritu Santo entre ellas. Porque Él se nos presenta en lo cotidiano, en los detalles, en esos momentos pequeños que solo podemos notar si creemos, si buscamos al Señor de todo corazón. 

“Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

Este pasaje nos enseña que quien cree en Jesús, quien lo lleva con alegría, quien evangeliza en Su nombre, es feliz. María no fue a la casa de Isabel para ser reconocida, para que la feliciten, sino para servir, desde la humildad, siempre con alegría. Ella fue de corazón, sin que nadie se lo pida, anticipándose a las necesidades de los demás.

María nos invita a ser misioneros como ella. Ser misionero es servir, llevar a Jesús con alegría, en el corazón. Partir a donde Dios nos mande y hacerlo con Fe en sus planes.

Carolina Fleurquin

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