Solemos decir con frecuencia: «en la oración me cargo de Dios»… ¡Y la necesito para eso!, porque «en la acción me descargo». ¡Y no es cierto! Ignacianamente no tendría que ser cierto. En la oración me cargo de Dios, pero en la acción me tengo que seguir cargando de Dios. Y, si no nos sucede así, que no suele sucedernos con frecuencia, es porque la acción la vivimos mal; no la vivimos como un entroncamiento en la voluntad y en los planes de Dios.
Hay que ver el mundo creado, la naturaleza y la gracia, la historia de cada persona, de los pueblos y de la Iglesia en su relación con Dios y a la luz de Dios. Esto supone ver la presencia de Dios en todo, ver la acción de Dios en todas las criaturas, especialmente entre los seres humanos, reconocer en las cosas simples su amor regalándose, a Él mismo dándose.
Las horas de la tarde, la gente, los niños, el trabajo, las calles, la mesa del hogar, el viento, el cuerpo, el barrio, la cotidianidad del trabajo, los viejos, el sol de cada mañana. Dios activo en nuestro mundo, sosteniendo en el respeto y la presencia discreta.
Cristóbal Fones, sj