Presencia de Dios: considerar que Dios está a mi lado y me mira.
Lectura: Lucas 1, 39-55
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».
Petición: Dame la gracia de conocerte internamente, para que conociéndote más te ame, y para que amándote más te siga.
Contemplación: Hoy queremos invitarte a rezar con la imagen de Nuestra Señora de los Milagros. Proponemos primero contemplar sus manos. Podemos detener la mirada y descubrir que sus manos están juntas cerca del corazón, pero entre ellas hay un espacio, no están palma con palma sino más bien dejan un lugar, un lugar para cada uno de nosotros. Manos que son como una casita cerca del corazón. Donde nos sentimos acompañados, protegidos, queridos.
Podemos reconocer además, que esas manos que acariciaron a Jesús, también nos acarician y nos consuelan hoy a nosotros. Manos de Madre, llenas de ternura y cariño. Pero también son manos santas y gloriosas que se hacen pobres para pedir por nosotros, sus hijos.
Otra forma de rezar, sería contemplar su mirada. Reconocer que sus ojos ven hacia adelante. Ven más allá que nosotros, porque Ella ya sabe cuál es nuestro camino. Saber que la mirada de María ve más allá, es la sensación de saber que Ella ya sabe lo que pasa en nuestro futuro, y una invitación plena a abandonarse y confiar en los planes de Dios. Dejar que la Virgen vele por nuestro camino de cada día.
Coloquio: Hablo con Nuestra Señora, le cuento lo aquello que pasó por mi mente y mi corazón durante este ratito de oración. Puede terminar este momento con un Ave María.
Adaptación de puntos de Leonardo Nardín, sj