Nos es familiar la conocida expresión de Ignacio en el quinto punto de la primera contemplación de la aparición de Jesús a nuestra Señora: “Mirar el oficio de consolar, que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros” (Ejercicios 224).
Desde esta alusión al oficio de consolar se puede enfocar la relación que tiene con el amor mutuo –de Jesús a Pedro y viceversa– que tan expresivamente quedan reflejados en la aparición en el lago, en la que a solas con Jesús, como si todo el futuro del grupo de discípulos/as dependiera de él, le hace un auténtico chequeo sobre el amor, pero no desde el juicio duro y descalificador, sino desde el oficio de consolador desde el que Jesús quiere que Pedro –piedra o roca- encaje perfectamente en la piedra-roca que Jesús quiere ser definitivamente para él. La misión para la que le había llamado –de “pescador de hombres” o de “pastor de ovejas”- tiene confirmársela curando las profundas heridas que han dejado en Pedro las tres negaciones con las que rechaza todo tipo de identidad con Jesús y que provocan en él las lágrimas abundantes del arrepentimiento y de la conciencia de su ser pecador. Pero no logrará por sí mismo avanzar hacia adelante, y será en el diálogo envuelto en el consuelo y en el amor, lo que las borre de raíz y le confiera así, definitivamente, la misión que quería confirmarle para siempre. Qué distinta es esta tercera etapa de las dos anteriores – la de la primera llamada (con un seguimiento muy voluntarista) y la de la segunda llamada (con un seguimiento puesto a prueba, negación incluida) en la que Pedro no contará ya más con sus propias fuerzas e impulsos sino en la confianza que le llena de consuelo y de amor de que Jesús no duda realmente de su amor. Los requisitos para la misión están, así, bien garantizados. Jesús podrá conferirle el título de “buen pastor” porque ha aprendido a cuidar bien a las ovejas.
Consuelo y amor pueden ser también dos referencias personales en nuestro caminar con Jesús y en nuestro modo de realizar la misión que nos ha encomendado. Realizar nosotros también el oficio de consolador y curar con amor a las personas de sus heridas más profundas se convertirá en la mejor manera de revivir constantemente lo que Jesús ha hecho y seguirá haciendo por nosotros y el compromiso que adquirimos de hacerlo nosotros por los demás.
Espiritualidad Ignaciana