¡Oh Dios, creador de todas las cosas!
Concédeme primero el don de saber pedirte;
después, el de hacerme digno de ser escuchado,
y, finalmente, el de ser libre.
¡Escucha, escucha, escúchame,
oh Dios mío!, Padre mío,
causa mía, esperanza mía,
posesión mía, honor mío,
mi casa, mi patria,
mi salud, mi luz
y mi vida.
¡Escucha, escucha, escúchame,!
de esa manera tuya, de tan pocos conocida.
Ya sólo te amo a ti,
sólo te sigo a ti,
sólo te busco a ti,
y sólo a ti estoy dispuesto a servir,
porgue eres el único que tiene derecho a mandar,
y a ti sólo deseo pertenecer.
Dame órdenes, te lo ruego;
Sí, mándame lo que quieras,
pero sáname antes y abre mis oídos
para que pueda oír tu voz.
Sana y abre mis ojos
para que pueda ver las indicaciones de tu voluntad;
aparta de mí la ignorancia,
para que te conozca.
Dime adonde tengo que mirar para verte,
y confío en que cumpliré fielmente, todo lo que me mandes
Amén, amén.
(Soliloquios 1, 1, 2.4-5)
San Agustín