Te vas a dar un batacazo, Pedro, de esos que transforman una vida. Por impulsivo, por tener el corazón más grande que la cabeza, porque hasta ahora no has dado demasiado tiempo a que estos años transcurridos con Jesús vayan calando hasta lo más hondo. Pero no te preocupes, en una noche muchas cosas se ponen en su sitio, y lo que no ha calado hasta ahora va a derramarse a borbotones en tu interior.
No es buena voluntad lo que le falta a Pedro. Siempre impulsivo, siempre dispuesto, siempre presto a dar una respuesta inmediata; dejar las redes, seguirle, gritar con la boca bien grande: “yo no te fallaré”, o “jamás dejaremos que mueras en cruz”. En la noche del juicio, tras negarle tres veces, a Pedro le toca aprender de golpe dos lecciones tremendas: Primero, él mismo, Pedro, no es el gran héroe que soñó. No es el “mejor” ni el “más grande” de los discípulos. Es débil, frágil, limitado, asustadizo… hasta la traición del amigo. Es la flaqueza la que nos abre a otros. Segundo, a partir de este momento, menos grandes palabras, y más hechos sencillos.
Pedro dijo: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y hasta la muerte”
¿He experimentado la propia limitación, fragilidad, miseria… hasta el punto de poder comprender las flaquezas ajenas?
¿Qué me da miedo en el seguimiento de Jesús?
¿Cuál es la relación entre mis palabras y mis hechos? ¿Soy de los que hablan mucho desde cómodas poltronas, o de los que ya saben que la palabra se hace carne, carne frágil, pero carne?
PastoralSJ