Primero era la noche cerrada, y el frío,
y el temor a lo que ocultaban las sombras.
Luego una chispa prendió una llama,
y a su débil resplandor se empezaron a ver siluetas
que a nadie amenazaban.
La llama se hizo hoguera,
y a su alrededor se sentaron
los habitantes del bosque
para calentarse y compartir relatos y canciones.
Comprendieron lo solos que habían estado
hasta ese momento.
Recordaron a otros que, como ellos,
vagaban, entre temores y ausencias,
por la tierra sin luz.
Convirtieron algunas ramas en antorchas
y se marcharon a buscar
a quien erraba sin rumbo.
Ahora el bosque es un lugar menos sombrío,
salpicado por la luz de cien hogueras,
el calor de mil historias
y el eco de todos los cantos.
Algún día no quedarán
resquicios poblados por el miedo ni la bruma,
y todo estará bien.
José María Rodriguez Olaizola, sj