No es el título de la última novela histórica de Ken Follet, ni es un documental de la National Geographic sobre el Paleozoico, ni siquiera el nombre artístico del dúo cómico del momento. “Principio y Fundamento” es un fragmento del comienzo del libro de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola [nº 23], por el cual, desde hace casi quinientos años, creyentes de toda latitud y procedencia vienen encontrado y actualizando la Gran Verdad de su vida.
Son dos sustantivos para saborear. Principio: habla de origen, punto de partida, verdad de la cual se deriva todo los demás. Fundamento: es lo que permanece, estabilidad, solidez, razón. Y he aquí el quid de la cuestión: ¿Cuál es mi Principio y fundamento? Es decir: qué es lo que mueve mi vida; cuál es esa tierra sobre la que pongo mis raíces más hondas; el sentido y la razón que hace que me levante por las mañanas y siga adelante; el motor que me dinamiza e impulsa mi quehacer diario. En definitiva, ¿cuál es esa roca firme sobre la que voy construyendo el edificio de mi realidad?
Como hombres podemos correr el riesgo de creernos el centro del Universo, de sentirnos autosuficientes con vocación de ‘chico/a Loreal’ («porque yo lo valgo»); de tener siempre en los labios el «yo, me, mí, conmigo» o por confidente a nuestro propio ombligo. ¡Incluso estar convencidos de ser la última bebida isotónica que queda en el desierto! Nos agobiamos por el tener y queremos llegar a los taitantos sanos como una manzana. Acumulamos años, dinero, poder, cualidades, carreras, diplomas, seguridades y lo que se tercie.
Ignacio nos invita con su Principio y Fundamento a que reconozcamos ante todo que no vivimos en el aire y que necesitamos anclar nuestro yo en una roca sólida: Dios. ¿Por qué? Porque somos criaturas surgidas de Su Amor. Él, sólo El, nos hace únicos. Irrepetibles. Con sentido. Amados. ¡Y llamados! porque somos «por y para algo», «por y para Alguien». Nuestro centro está más allá de nosotros mismos y nuestro proyecto de vida está en el corazón de Dios desde siempre.
Principio y Fundamento es abandonarse en Dios, saber que Él tiene la iniciativa. Es querer lo que Él quiera porque todo le pertenece. Hacerse indiferente, que no pasota, porque Él es el Absoluto y todo lo demás (incluso salud, dinero o vida) es relativo. ¡Qué maravilla el dejar que otro te lleve! Saber que estás en buenas manos y que amar la realidad es encontrarte el rostro de Dios en ella.
Un hombre iba por el campo y se encontró un Tesoro, le produjo tal alegría que vendió todas sus posesiones para comprarlo. ¡Dichoso este hombre que encontró su ‘Principio y Fundamento‘!